Manfredo Monforte Moreno
GD (R) Dr. Ingeniero CIP. Capitán de Artillería (XXXIV promoción AGM)
De la Academia de Ciencias y Artes Militares
139 no es un número redondo, pero cada 20 de febrero los oficiales del Ejército de Tierra celebramos un aniversario muy especial. Un día como aquél, en 1882, Alfonso XII firma el decreto fundacional de la Academia General Militar (AGM) en Toledo. Cuarenta y cinco años después, en otro 20 de febrero (1927) se firma el Real Decreto que contiene el proyecto de reapertura de la AGM en Zaragoza.
A finales del XIX el perfil de carrera se distribuía en dos etapas, una común en la AGM de Toledo y una segunda a realizar en las academias de aplicación. Se pretendía mantener el nivel científico y técnico de las academias de los cuerpos, así como mejorar el nivel físico y moral de los futuros oficiales. Desaparecían los cuerpos facultativos, que pasaban a llamarse Armas. En la General de la primera época, confluyen el modelo militar del ejército prusiano y las tendencias pedagógicas más innovadoras del momento, dando lugar a un cambio radical en la enseñanza militar. Se trata de formar a un "oficial educador", que no sólo sea líder en el combate, sino que devuelva al soldado intelectual y moralmente mejorado a la sociedad. La Academia abre sus puertas el 15 de julio de 1883 siendo su primer director el general Galbis Abella. Su primer jefe de estudios es el coronel Federico Vázquez Landa, a quien se considera el creador del "espíritu de la General".
La Academia se cierra onece años después (1893). Se habían formado 2.250 tenientes en diez promociones que vivieron las guerras de Cuba y Marruecos. De ellos es importante citar a Miguel Primo de Rivera y Orbaneja, su primer general y artífice de su reapertura en Zaragoza.
El ayuntamiento de Zaragoza ya había presentado su candidatura para acoger a la AGM cuando se quemó la biblioteca del Alcázar de Toledo en 1887. La coincidencia en esta segunda época de la presidencia del gobierno del general Primo de Rivera, antiguo alumno de la general junto a otros condicionantes como el cercano campo de maniobras Alfonso XIII (hoy en día denominado de San Gregorio) o las facilidades económicas y de servicios proporcionadas por la ciudad, decantan la elección. Desde entonces han pasado muchos años de feliz convivencia entre zaragozanos y cadetes.
La segunda época abarca desde 1927 a 1931, ya en Zaragoza. Primo de Rivera llega a la presidencia del gobierno en 1923 consciente de la importancia de la AGM, por lo que decide recrearla: el 20 de febrero de 1927, el ministro de la Guerra, Juan O´Donell Vargas, presenta al rey un decreto por el que se crea la Academia General Militar en Zaragoza. En enero de 1928 es nombrado director el general Francisco Franco Bahamonde, quien impone un estilo de formación integral conjugando aspectos técnicos, físicos y morales; su jefe de estudios, Miguel Campins Aura, se encarga de definir el marco pedagógico adecuado para el desenvolvimiento de este tipo de enseñanza. Las obras de la Academia se materializan en un estilo arquitectónico en boga, el mudéjar aragonés.
Proclamada la II República el 14 de abril de 1931, el ministro de la Guerra, Manuel Azaña, firma la disolución de la Academia, alegando diferentes razones, siendo la más destacada lo desproporcionado del coste y estructuras de la AGM. El 14 de julio el general Franco se despide de sus alumnos con un emotivo discurso en el que resalta el valor de "la disciplina, nunca bien entendida ni comprendida”.
La tercera época abarca de 1942 a nuestros días. Una ley de 1940 restablece la AGM en Zaragoza para educar, instruir y preparar moralmente a los futuros oficiales. Se consolida la primacía de la educación sobre la instrucción. La disciplina y el cultivo de los valores morales sobre los que se cimentaba el espíritu de la General siguen vivos y marcan la formación de los alumnos. La disposición de los cinco cursos que conforman la carrera militar ha ido variando a lo largo de los años. El último cambio se produce a partir el curso 2010-2011 como consecuencia de la Ley 39/2007 de la carrera militar, la cual adapta los planes de estudio a los europeos, según el proceso de convergencia en materia de educación superior, estudiándose en la actualidad los cuatro primeros cursos en Zaragoza y el último en las academias de especialidades fundamentales.
Además de la formación de los oficiales de la Escala Superior del Cuerpo General de las Armas, la AGM forma a los oficiales de la Guardia Civil y entre 1979 y 1982 al Cuerpo Nacional de Policía, con un modelo similar. También se da formación a los Cuerpos Comunes de la Defensa, Cuerpo de Ingenieros Politécnicos del Ejército, alumnos del Cuerpo de Intendencia del Ejército de Tierra, así como a los oficiales de la escala de complemento. Entre 1955 y 1957, Juan Carlos I realiza sus estudios militares en esta Academia y en 1985 ingresa como cadete nuestro rey Felipe VI.
Tuve la suerte de ingresar en 1974 tras un duro campamento en Talarn, Lérida, segundo y último de los celebrados antes de trasladarse a Montelareina en Zamora. Tuve como instructores a los alféreces cadetes de la XXX promoción. Aquellos dos meses y medio marcaron en nuestras mentes el valor del sacrificio y el compañerismo, y nos enseñaron que los límites humanos van más allá de lo que imaginamos.
Tras un año “selectivo” en el cuartel de los Leones, anexo a la AGM, ingresé como cadete de la XXXIV promoción. Desfilé por la madrileña Castellana, celebré el 50 aniversario de la tercera época de la AGM, corrí tras los carros de combate para tomar mil y una colinas de San Gregorio, luché contra las guerrillas en Gea de Albarracín (Teruel) y aprendí algo del tiro de Artillería en Matabueyes (Segovia).
Ahora, cuando mi retiro se aproxima, no cambiaría por nada del mundo aquellos cinco años de forja y amistades, de compañerismo y sufrimiento, de tragar saliva y fumar a pulmón abierto, de estudiar integrales y táctica de pelotón y sección, de correr y nadar, de ayudar y pedir ayuda, de reír y llorar, de extrañar a la familia y hacerse un hombre, de añorar un sofá y caer rendido cada noche en la cama helada de la ventilada nave, de oír roncar y despertar tomando la “vaca” matinal, de limpiar botas y ordenar taquillas, de soñar con un aviso de llamada telefónica que nunca llegaba, de escribir cartas y soñar con la Navidad en casa, de acudir a la peluquería del señor Mur o formar bajo las órdenes de Moraleda, toca firmes. De esperar la primera estrella, de ansiar la segunda. De vivir la milicia como nunca antes ni después la vivimos. De rezar y pedir, de temer y confiar, de asaltar y caminar toda una noche. De la generala, las carcajadas y la vocación larvada. De llegar a cumplir y quedarse corto. Del caballo que tantas veces me hizo caer y apretar los dientes. Del examen mal preparado. Del proto (profesor en el argot) mal encarado y del comprensivo. De los heridos y lesionados. De amigos como José Manuel Pujante, que nos dejó en quinto, o del bueno de Alberto Romera que me esquivó un mal día en que su paracaídas no quiso abrirse para llevarle directamente al cielo, donde a todos nos espera guardando un buen sitio a la lumbre.
No, no lo cambio por nada. Fueron cinco años que marcaron mi vida. El espíritu de la General sigue vivo en nuestros corazones.
¡Viva la Academia General Militar!
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