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¿Estamos perdiendo vocaciones militares?

Actualizado: 28 jul 2021


Manfredo Monforte Moreno

GD (r) Dr. Ingeniero de Armamento. Artillero.


Cuando van a cumplirse 47 años de mi ingreso en la Academia General Militar (5 de agosto de 1974) alguien del grupo de Whatsapp de la promoción preguntó cuántos nos presentamos al ingreso y cuántos lo logramos finalmente. El resultado fue que para 270 plazas del Ejército de Tierra más 30 de la Guardia Civil, el número de aspirantes estuvo cerca de los 4.000.

La primera prueba que tuvimos que superar fue un reconocimiento médico, después una prueba de nivel –física, química, matemáticas, inglés, psicotecnia– y por último unas pruebas físicas. Con ello se seleccionaba a unos 800 aspirantes –había repetidores del año anterior– que acudíamos a un campamento de instrucción y selección durante unas 10 semanas. El nuevo filtro lo superamos unos 400, tras lo cual nos incorporamos al curso selectivo (primero de ciencias físicas en la Universidad de Zaragoza con formación militar). Allí nos encontramos con unos 200 repetidores del curso anterior que no habían tenido que realizar el campamento. Muchos de los compañeros de curso que no ingresaron con nosotros lo hicieron uno, dos y hasta tres años después, pero ingresaron. Demostraban tener una vocación a prueba de sacrificios y una encomiable resiliencia. Otros abandonaron y han llegado, en su mayoría, a ser excelentes profesionales del derecho, la economía, la ingeniería o la empresa. El curso selectivo fue un excelente sistema de selección, pero duró pocos años, volviendo nuevamente al concurso oposición, sistema en vigor durante casi un siglo.

Durante más de 25 años he tenido el honor de preparar como profesor de química primero y física después, a un gran número de aspirantes a las Fuerzas Armadas y Guardia Civil. Para mi satisfacción, muchos de ellos forman parte de los cuadros de mando actuales. La deuda que adquirieron conmigo es humilde: —Tenéis que saber que si ingresáis lo habréis conseguido con vuestro trabajo y méritos, a lo que yo habré contribuido con un pequeño grano de arena. Por tanto, cuando nos encontremos en el futuro, recordad que me debéis un café. —solía repetirles antes de enfrentarse a los exámenes. Algunos he tomado, doy fe.

En la oposición, además del reconocimiento médico y las pruebas físicas, los aspirantes se enfrentaban a un examen de física, química y matemáticas (teoría y problemas) más otro de idioma extranjero. Aunque la nota obtenida en la selectividad sumaba en la calificación final, pocos ingresaban a la primera, haciéndolo la mayoría tras dos o tres años de dura preparación. Con la base adquirida, aquellos que no ingresaban contaban con una sólida base académica que les permitía abordar cualquier carrera universitaria con garantías de éxito.

El hecho de renunciar a seguir con los estudios universitarios para dedicar todo su tiempo a preparar una oposición de éxito incierto demostraba por sí mismo un compromiso y una incipiente vocación que les ayudaba a superar las dificultades de un camino de dudoso final. En mis años de profesor de la preparación he visto a jóvenes decididos, ilusionados y que tenían muy claro lo que querían hacer con sus vidas. Uno, dos o tres años de trabajo sin premio son muy duros; algunos llegaron a hacerse soldados para contar con más convocatorias.

Si estudiásemos las escalillas actuales, veríamos que no todos los que hoy encabezan los cuerpos de oficiales ingresaron a la primera; muchos de ellos tuvieron que emplear dos, tres y hasta cuatro años para conseguirlo. Por el contrario, algunos de los que lo hicieron a la primera abandonaron la profesión prematuramente.

Hoy en día, el único cuerpo superior de la Administración del Estado que no debe superar un duro examen de oposición es el de oficiales. No pasa lo mismo para ser soldado o suboficial. Para los oficiales, basta con la nota de selectividad y una fase de concurso que considera otras vicisitudes curriculares más un sencillo ejercicio de inglés fácilmente superable. Pero en la nota decisiva (PAU o EBAU) para conseguir el ingreso no sólo entra la excelencia académica. Pesan otros factores.

Cualquier aspirante a los cuerpos de oficiales que haya tenido un bache en el bachillerato o haya cursado el bachillerato en el extranjero queda apartado de la carrera. Es difícil mantener un alto nivel académico durante una separación familiar, el descubrimiento del amor juvenil o una lesión o enfermedad de importancia. No hay segundas oportunidades. Como no las hay frente a las diferencias de exigencia en las distintas PAU de las regiones españolas. De hecho, algunos de mis alumnos se iban a Canarias o a Cádiz para obtener mejores calificaciones (circunstancia que se niega desde los estamentos oficiales pero que es bien conocida a la hora de optar a carreras con nota de corte elevada en el distrito universitario único).

El hecho es que es una buena cosa que los cadetes ingresen con excelentes notas de selectividad, pero sería deseable que estudiantes menos brillantes tuviesen la posibilidad de formarse como futuros oficiales sin buscar rutas alternativas. Una profesión marcadamente vocacional no debería cerrar la puerta a tantas vocaciones como se quedan en la cuneta ahora.

Por otra parte, y a la espera de una auténtica Universidad de la Defensa, los distintos grados obtenidos suponen la incorporación como funcionarios (¿de nivel o grupo B?) a un ejercicio profesional que poco o nada tiene que ver con el título obtenido. De hecho, un ingeniero en organización industrial que durante 20 años ejerza la profesión militar en unidades de infantería, por ejemplo, habrá perdido el tren de las tecnologías de su especialidad ingenieril.

Tal vez la aplicación del espíritu “Bolonia” al estamento militar sea susceptible de cambios y mejoras. Se necesitan estudiantes brillantes, pero también españoles vocacionales de la milicia que no tuvieron la suerte de obtener un 12 o más en la PAU. Todos ellos contribuirán a que España disponga de los excelentes oficiales que siempre ha tenido.


Imágenes: Google images

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