Manfredo Monforte Moreno
GD (r) Dr. Ingeniero de Armamento. MBA. MTIC. Artillero
De la Academia de las Ciencias y las Artes Militares
Instalaza es una empresa aragonesa situada en Zaragoza y dedicada a la fabricación de armamento. Durante los últimos años se ha volcado en la innovación y en el establecimiento de alianzas estratégicas que le permitan seguir creciendo y añadiendo valor a sus productos y servicios. Su historia es apasionante.
Antes del inicio de la Guerra Civil, Instalaza S.L. era un excelente taller de metalistería general con productos patentados, como camas de hospital, soportes para equipos de rayos X, autoclaves para esterilización y otros de uso sanitario, pero que no desdeñaba diseñar, fabricar y montar ventanillas y puertas de vagones de tren, escaparates y cosas parecidas.
Durante la guerra, como tantas otras empresas, fabricó piezas y subconjuntos de material militar. Al finalizar la contienda, la compañía retomó su actividad anterior, que fue decayendo al pasar la propiedad por varias manos y entrar en liquidación finalmente en 1943. La escasez y aislamiento de España durante la posguerra le había pasado factura. Algunos de los últimos propietarios junto a otros nuevos recapitalizaron la sociedad, que pasó a ser sociedad anónima, pero el intento de reflotarla no obtuvo los resultados esperados, por lo que los accionistas nombraron un liquidador para rescatar lo aprovechable y cerrar la empresa. El encargado de la liquidación fue Rafael Gámez Pérez, ingeniero vasco, región de la que procedía la mayoría del capital invertido en la compañía. Gámez se percató enseguida de que el problema era la falta de capacidad del anterior director, por lo que solicitó y obtuvo de los propietarios una moratoria de al menos un año para que la empresa pudiera demostrar su viabilidad, como así ocurrió. En 1949, Instalaza ya era proveedor de referencia de hospitales y clínicas por todo el territorio nacional.
En aquel mismo año, el Ministerio del Ejército convocó a Instalaza a una reunión secreta en la que se presentó a unos cincuenta asistentes los planes militares para desarrollar un Bazooka nacional. Gámez observó que se pretendía iniciar el motor cohete con una pila de linterna convencional, por lo que expuso su objeción basándose en su baja fiabilidad y escasa vida útil (hay que pensar en las tecnologías disponibles en los 40 del siglo pasado); la respuesta fue que propusiera algo mejor y que si lo obtenía, que volviera.
El Bazooka es un lanzacohetes antitanque portátil que se hizo famoso durante la GM II, donde fue una de las principales armas antitanque de infantería usada por el Ejército de los Estados Unidos. Fue una de las primeras armas basadas en el concepto de carga hueca HEAT (High Explosive Anti-Tank) en entrar en servicio. Recibió el nombre de "Bazooka" debido al parecido con un instrumento musical inventado y usado por Bob Burns. Durante la GM II la Wehrmacht se hizo con varios bazookas en el norte de África y en el frente oriental y por ingeniería inversa obtuvo su propia versión aumentando su calibre a 88 mm. Se conocieron popularmente en Alemania como panzerschreck (el terror de los tanques). A finales de la guerra, los japoneses diseñaron un arma similar, el lanzacohetes tipo 4 70 mm AT.
El caso es que Gámez volvió al Ministerio del Ejército para presentar un prototipo de generador lineal en el que un cursor metálico se desplazaba por impulso de un muelle dentro de un imán con el correspondiente bobinado, eliminando la pila y aplicando de manera directa la experiencia de Henry y las leyes de Faraday y Lenz de inducción electromagnética. Conectando a los extremos del bobinado una bombillita de linterna, ésta daba un destello. Nadie pudo decir si esa señal encendería el iniciador de un cohete. Tras la presentación, el general que presidía la reunión la dio por terminada y pidió a Gámez su teléfono privado.
Unos meses más tarde, se solicitó nuevamente la presencia de Gámez en Madrid para presentar su invento. En la sala, se había dispuesto una caja grande con cientos de encendedores de cohete traídos de Norteamérica. El general llamó a varios militares de su departamento e indicó a Gámez que podía comenzar con la demostración. Para sorpresa de todos, el primero funcionó… y el segundo… y los sucesivos hasta que el recinto se llenó de un humo acre haciendo toser a los allí presentes. El mando militar condujo a Gámez a su despacho y tras dos horas de conversación, el ingeniero regresaba a Zaragoza con un contrato firmado para suministrar un buen número de mecanismos de disparo listos para ensamblar en un lanzador.
Pero ¿quién podría fabricar el lanzador? Tras varios intentos fallidos de otras industrias, el encargo se asignó en 1951 a Instalaza, que entregó el primer lote en 1953. En un principio, la munición iba a venir de Norteamérica, pero el Ejército consiguió la licencia para fabricarla en España. Así, Instalaza desarrolló esta nueva línea de producto y levantó las instalaciones industriales para su fabricación. El primer lote de proyectiles se entregó en 1958 y en 1962 se produjo la primera exportación. A partir de ese momento, Instalaza se fue consolidando, modernizando y ampliando su gama de productos orientados a las fuerzas terrestres. Los desarrollos no fueron un camino de rosas, pues se produjeron algunos accidentes de fuego que, tras rigurosos estudios con el apoyo del propio ministerio y del Polígono de Experiencias de Carabanchel, fueron corrigiéndose.
Es interesante observar que en esta etapa inicial las pruebas se realizaban en centros propios del Ejército o en el campo de maniobras de San Gregorio (al noroeste de la ciudad de Zaragoza y próximo a ella), sin unas instalaciones fijas mínimamente dotadas. La necesidad de disponer de un laboratorio balístico y el correspondiente campo de pruebas cerca de las plantas de producción permitió que en 1986 se inaugurase un laboratorio y campo de tiro en instalaciones fijas dentro del campo de maniobras de San Gregorio, lo que vino a marcar la mayoría de edad de la empresa, que podía así idear, diseñar, fabricar, probar y realizar las pruebas de verificación de todos sus productos.
Instalaza pasó por serias dificultades en 2008 tras la prohibición de las bombas de racimo por el tratado de Dublín. España firmó su adhesión al tratado en diciembre de 2008 y lo ratificó en junio de 2009. En mayo de 2011 Instalaza demandó al Estado exigiendo una indemnización de 60 millones de euros como compensación por prohibirles la fabricación de bombas de racimo. El 28 de octubre de 2013 la Audiencia Nacional rechazó la pretensión de la empresa siendo Pedro Morenés ministro de Defensa.
Otro aspecto esencial en la trayectoria de Instalaza ha sido la inversión continua en I+D+i; cercana al 10 % de la cifra de ventas, ha exigido sacrificar el dividendo de algunos ejercicios. Este esfuerzo innovador se ha traducido, en el medio y largo plazo, en una facturación de unos 50 M€ (2023) de producto propio. Una gran parte de esta cifra se debe a contratos de una nueva línea de producto que recibió el nombre genérico de Alcotán cuyo desarrollo contó con financiación parcial del Ministerio de Defensa. Posicionado por alcance y prestaciones en un segmento superior al lanzagranadas clásico, complementa la defensa próxima que proporciona el sistema C90, que salió al mercado en 1982 y que, con las debidas actualizaciones, aporta una parte nada desdeñable de la cifra de negocios anual; tras casi cuarenta años desde su puesta en servicio y sucesivas actualizaciones y numerosas versiones, se ha convertido en una referencia internacional cuya producción se ha visto elevada tras la invasión de Ucrania por la Federación Rusa y las consiguientes ayudas españolas al país invadido.
Una faceta particular de los desarrollos de Instalaza ha estado en el difícil campo de las espoletas, un componente crucial de a munición que condiciona el éxito o fracaso de cualquier sistema de armas. A partir de las primeras espoletas mecánicas de la fase inicial, se ha llegado a una mecano-electrónica de fiabilidad contrastada y a una revolucionaria granada de mano con destrucción y desactivación programadas. El salto tecnológico proporcionado por las nuevas espoletas, han permitido ganar varios concursos internacionales y mejorar tanto el C90 como el sistema Alcotán.
Estos ejemplos prueban la importancia de la apuesta de Instalaza en el I+D+i sobre la base de buenos laboratorios mecánicos, electrónicos, de visión nocturna –tanto por intensificación de imagen como por termografía– y un laboratorio balístico que incluye la instrumentación necesaria para ensayos y pruebas, entre la que destacan un flash radiográfico para el estudio de cargas huecas y un blanco móvil.
La plantilla de Instalaza ha oscilado a lo largo del tiempo entre algo menos de cien y un máximo de doscientas cincuenta personas en función de las cargas de trabajo, excesivamente variables sobre todo por la vital dependencia del mercado de exportación, que llega en algunos años a rebasar el 90% de las ventas, con productos en servicio en más de treinta fuerzas armadas.
Los actuales directivos de Instalaza echan de menos algo que sí existía en los años iniciales de su andadura militar: acuerdos marco de varios ejercicios de duración por parte del cliente nacional para que la producción sea más homogénea y equilibrada a lo largo del tiempo.
Con toda seguridad, uno de los elementos que han permitido conseguir los logros de Instalaza es el excelente clima laboral dentro de la empresa, que nunca ha sufrido una huelga por parte de sus trabajadores. Con ocasión de la publicación del Reglamento de Explosivos de 1998 tuve la oportunidad, desde mi puesto en la DGAM, de participar en la actualización de las autorizaciones de las fábricas de Instalaza en Zaragoza y Cadrete. Fue entonces cuando pude constatar personalmente la profesionalidad de sus miembros y el excelente clima laboral que se respiraba. Otro dato muy revelador del modelo de gestión de Instalaza es que desde 1973 hasta ahora, el 90 % del personal se ha jubilado por edad en la empresa. A conseguirlo ha contribuido el hecho de que, por razones de seguridad de suministro, y también de defensa del know-how propio, la cadena de suministro se ha basado tradicionalmente en la fabricación propia de una elevada proporción de los componentes, lo que ha servido para mantener una plantilla cualificada y flexible; tan sólo se ha recurrido a proveedores externos para absorber picos de trabajo.
La propiedad de la empresa se ha mantenido prácticamente inalterada hasta que, a comienzos del siglo actual y tras diversos movimientos, el grupo familiar que ha venido dirigiendo la empresa obtuvo la mayoría del capital, lo que le otorga una gran estabilidad.
Instalaza siempre ha sido una pyme familiar, con todas sus ventajas e inconvenientes, y ha conseguido un notable crecimiento tras la superación de la crisis de 2008. La empresa sigue abordando nuevos retos por sí misma o en colaboración con otras empresas del sector, evolucionando hacia sistemas de tecnología punta que aprovechan el conocimiento acumulado durante su dilatada singladura, aseguran un crecimiento constante y una diversificación razonable.
Contaré una anécdota que no suelo compartir: con ocasión del 75 aniversario de la fundación de Instalaza su presidente, Leoncio Muñoz, con casi medio siglo al frente de la compañía, persona a quien admiro profundamente, me pidió que pronunciase unas palabras en el acto que se iba a celebrar en Madrid, concretamente en el palacio de los duques de Pastrana. Le pregunté el porqué de pedírmelo a mí; Leoncio fue muy claro al responder: —porque nunca nos has contratado nada ni participado en procesos de adjudicación—. Deduje que una persona tan honesta y profesional no deseaba que nadie pensara que al elegir a otra persona estaba pagando favores. Agradecí la confianza y el honor. Ojalá el sector español de seguridad y defensa contase con muchos “Leoncios”.
Imágenes: Google images
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