Manfredo Monforte Moreno
Dr. Ingeniero de Armamento y artillero.
De la Academia de Ciencias y Artes Militares
A principios del Siglo XX, soñadores como Isaac Peral, Ricardo de la Cierva o el coronel Costilla fueron capaces por sí solos –con la ayuda de pequeños equipos de trabajo–, de crear asombrosas máquinas como un submarino, el autogiro o la primera dirección de tiro de costa. Un siglo después, los sistemas militares se tornan cada vez más complejos conforme las nuevas tecnologías encuentran espacio para integrarse en sistemas de sistemas hiper conectados y dotados de inteligencia artificial. El genio deja paso al equipo y el combatiente pierde protagonismo para delegar parte de su trabajo en la máquina.
Los modernos sistemas militares, por citar un ejemplo, los robotizados “no tripulados” o “telecomandados”, requieren desarrollos multidisciplinares realizados por equipos heterogéneos y diversos que aplican metodologías contrastadas donde la incertidumbre es omnipresente. Los plazos se acortan, la exigencia aumenta, la complejidad y la calidad se tornan irrenunciables, y aspectos como la fiabilidad, el costo del ciclo de vida, el mantenimiento predictivo y la obsolescencia son características que hay que gestionar desde la idea al concepto, desde éste al sistema, y de él a la operación ventajosa frente a los medios del enemigo, cada vez más indefinido y sorprendente.
El ingeniero del Siglo XX y principios del actual adquiría la capacidad técnica y la facultad de ejercer la profesión al recibir un título universitario que le habilitaba para responsabilizarse de ciertos proyectos. Eso hoy ya no es suficiente; ya no se trabaja individualmente en casi ninguna de las facetas de la ingeniería. Hoy en día la pregunta no es: ¿qué eres? o, ¿qué título tienes?, sino ¿qué sabes hacer? Esta idea del trabajo en equipo antes que el individual y de la formación continua en nuevas metodologías y tecnologías, como la dirección de proyectos y la ingeniería de sistemas, es algo que los veteranos de la ingeniería hemos aprendido con el tiempo.
Es un hecho que muchos ingenieros militares, incluso los más jóvenes, se creen investidos de autoridad técnica porque en su día una Escuela les dio el título de ingeniero y con ello, la capacidad y la facultad para ejercer. Es como si continuasen anclados en el Siglo XIX y sus conocimientos les hubiesen ungido en el momento de recibir el diploma habilitante.
El ingeniero se hace con el ejercicio profesional, los errores y los aciertos. Para ello precisa de curiosidad intelectual por seguir aprendiendo, no sólo en los másteres y los cursos de especialización, sino también en la vida y en el ejemplo de sus mayores que, por cierto, demasiado a menudo son “gallos de corral” obsesionados por exhibir sus conocimientos sin darse cuenta de que su misión más trascendente es formar a sus subordinados y hacerles crecer personal y profesionalmente.
Lamentablemente, la escasez de ingenieros en el Ministerio de Defensa hace que éstos se desarrollen en nichos tecnológicos aislados, que se encasillen en ciertos sistemas y que dependan de jefes ajenos al mundo de la ingeniería y la técnica. De alguna manera, estamos formando lobos esteparios que, en cuanto tienen cierta continuidad en los destinos, se hacen los “amos”, de manera que pierden su papel como directores técnicos, que no es otro que el ser parte de la solución técnica de cada contrato, para erigirse en una especie de interventores “pasa o no pasa” acabando como parte del problema en numerosos expedientes de contratación. De esta manera afianzan su esfera de poder y control y se hacen temer por los suministradores y administrados, exigiendo más allá de lo que la lógica aconsejaría. Es más importante el pliego, el contrato o la norma que proporcionar soluciones útiles a los usuarios finales, que permanecen ajenos al proceso de adquisición y sus problemas como pacientes sufridores de estas pírricas batallas en el seno del órgano de contratación.
De estas situaciones viciadas provienen las mil trabas administrativas de muchos concursos (se sobre-especifica innecesariamente), la arbitrariedad a la hora de interpretar los resultados de las pruebas y la sobre-exigencia en las licencias y trámites administrativos, la obligatoriedad innecesaria de cumplir cierta normativa u otra y el agravio comparativo que ello supone para los fabricantes españoles frente a los competidores extranjeros.
Como le dije en una ocasión a un funcionario: en España es más fácil importar que fabricar; parece que les gusta que el IVA y el IRPF lo cobren otros estados, aunque el español es el que paga vuestros sueldos.
No quiero poner ejemplos; tengo muchos. Deberíamos cambiar muchas cosas en la ingeniería militar y, por ende, en nuestra influencia sobre los procesos de contratación; no es suficiente la capacidad y la facultad. Hay que trabajar para impulsar la industria española partiendo de la exigencia y el sentido común. Si esto no lo entendemos, ¡que inventen ellos! como diría de nuevo el universal don Miguel Unamuno.
Como repito siempre que tengo ocasión, las administraciones públicas no tienen que comprar lo mejor, sino lo conveniente para España si es adecuado para satisfacer la necesidad del usuario. Dicho de otra manera: el precio de un suministro no se limita al valor económico de la oferta, también al lugar en que el suministrador paga sus impuestos, algo que supone SIEMPRE una rebaja sobre el precio final en el caso de los nacionales.
Pondré un ejemplo: se requiere un suministro de 2 M€. Hay una oferta por 1,9 M€ de una compañía extranjera y 1,98 M€ de una española. Haciendo unos pequeños números, y eliminado el IVA de la ecuación, es posible que debido a la cuantía del suministro el impuesto de sociedades pagado por la firma española se incremente en 80 K€. Sus 200 trabajadores han dedicado el 10 % de sus horas anuales a este contrato en particular, por lo que el 10 % del IRPF total y de las contribuciones a la seguridad social se elevan a unos 100 k€, es decir, el coste real para España resulta ser de:
1,98 M€ - 0,08 M€ - 0,1 M€ = 1,8 M€
Es decir, una oferta global para el Estado español de 100.000 € por debajo de la entidad extranjera. A lo que habría que unir los costos de garantía y mantenimiento posterior, mucho más ventajosos en el caso de la firma española por proximidad. No menciono los certificados que suelen acompañar a los productos extranjeros, carentes del cercano control de las autoridades españolas.
En resumen: más sentido común, más apoyo a la industria nacional (a imagen y semejanza de Francia, Alemania…) y más humildad en los responsables técnicos respecto a los cumplimientos contractuales. Los ingenieros militares debemos ser proactivos en la defensa de nuestra industria formando parte de la solución y nunca del problema, lo que requiere una cierta actitud resolutiva y el uso del conocimiento a favor del contrato y no como seña personal.
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