La difícil transición desde la actividad al retiro de un militar
Ingresé en el Ejército español el 5 de agosto de 1974. Tenía 17 años. XXXIV promoción de la Academia General Militar. Todo el mundo por descubrir, toda una vida por escribir. Aquel día empezaba una carrera, una profesión, una vocación. Cualquier sacrificio parecía un simple tributo a la fe en el porvenir y en el afán de servir. Cualquier esfuerzo, un pago obligado a las ganas de ser y valer.
46 años y medio después de aquel día imborrable en mi biografía, el calendario me impone el pase a la reserva. Un camino recorrido con alguna dificultad, mil cicatrices, amigos y traspiés, éxitos y fracasos, envidias y afectos a cuyos protagonistas supe sortear.
El 23 de febrero de 1981 en el Goloso, la muerte de amigos y compañeros, las lágrimas en cada toque de oración. Mi hermana masacrada por ETA. Mis hijos. La compresión y apoyo de Gema, mi mujer. El esfuerzo para que mis hijos pasaran de puntillas por esa terrible época del plomo en España. El dolor de mis padres. El cambio de prioridades familiares… y el mirar debajo del coche cada mañana. Mis clases para ilusionar a los futuros militares en el Grupo de Preparación San Fernando. Todo por España, como me habían enseñado mis padres.
46 años y medio después paso a la reserva, poco antes de pasar al retiro. Un paso para ser transparente y dejar de ser ese profesional a quien todos reclaman opinión y criterio. Dado que ninguna empresa apostaba por mí, decidí hacerme consultor independiente para intentar “vender” mi experiencia a quien pudiese serle útil. Pocos fueron los que solicitaron mi apoyo y algunos los que utilizaron mi “pedigree” para fortalecer sus posiciones ante la administración. Me pedían informes periciales para fortalecer su posición en algunos concursos en detrimento de la mía. Amigos que decían serlo ponían su egoísmo delante de mis convicciones y mi afán de servicio a España. Acabo de aprender la lección a mis 64 años.
Cuando presento informes, a petición de algunas empresas, a DGAM denunciando actuaciones incorrectas en algunos expedientes de contratación soy un mal profesional. Soy un vendido. Un malnacido. Aunque cada latido de mi corazón pretenda ser útil a España. Aunque mi vida sea un homenaje a mi nación y a mis compatriotas, ¡qué más da!
No me duele el esfuerzo. Los objetivos valen la pena. Pero cuando llega el pase a la situación de reserva la vida da un vuelco total: pasa uno de ejercer una profesión a competir. La cuestión es que en una carrera limpia y aséptica, tras la que nadie te debe un favor más allá del buen trato y la amistad, uno se encuentra solo, amparado por su experiencia y conocimiento, pero desnudo de apoyos. Por esa razón, me hice consultor independiente en marzo de 2020. Y por la misma razón, en enero de 2022, fecha de mi paso a retiro, lo dejaré todo. Seguiré con mis compromisos con mi puesto de académico de la de Ciencias y Artes militares y apoyando a quien me lo pida, pero sin cobrar. Lo dejo todo. No vale la pena. Y sí, tal vez esté de bajón, pero soy una persona, con sus ilusiones, sus luces y sus sombras.
Seguiré trabajando para España. Sin descanso. Sin parar hasta morir.
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