Propaganda y agitación
Agitprop es una estrategia política de tendencia comunista, difundida por cualquier medio, incluido cualquier forma de arte, cuya finalidad es influir sobre la opinión pública y de este modo obtener créditos políticos. Usa el odio como catalizador de su estrategia.
Entre todos los sentimientos, el odio es el más potente de todos. Así, mientras la religión católica basa su esencia en el amor, la milicia en la vocación de servicio, la medicina en salvar la vida de sus enfermos o el voluntariado en la contribución útil a la vida de los demás, el odio resulta ser el móvil más potente. Como decía E. Hoffer: aunque el odio es un instrumento conveniente para movilizar a una comunidad para que se defienda, a largo plazo sale muy caro. Lo pagamos mediante la pérdida de todos o gran parte de los valores que habíamos construido para defendernos.
Todos los regímenes autoritarios buscan en el odio el leitmotiv de su ideario: para el comunismo, el capitalismo y la riqueza; para el nacionalismo, el extranjero o el diferente; para el racista el color de la piel, para otros el homosexual, el sexista, el machista… todos tienen un elemento común, el odio al contrario por su condición o forma de pensar. Lamentablemente, en los últimos tiempos, se odia lo que huela a español, sean los toros, la bandera o la Corona. ¿Hay algo que una más que el odio?
El odio es un sentimiento profundo e intenso de repulsa hacia alguien que provoca el deseo de producirle un daño o de que le ocurra alguna desgracia. Es la aversión violenta hacia una cosa que provoca el rechazo.
Tras más de cuarenta y cinco años de servicio como militar en las Fuerzas Armadas españolas, reconozco enseguida el odio en las palabras y los gestos de quien no me acepta por mi profesión. ¿Cuántas veces he tenido que escuchar la frase no pareces militar?, como si los militares fuésemos distintos de los demás. ¿Cuántas veces por vestir el uniforme se me ha tachado de “facha”?
Tuvo una amiga un novio comunista que no me quería conocer ni hablar, a finales de los 70, simplemente porque yo era cadete en la Academia General Militar. Tuve amigos que dejaron de serlo al abrazar mi profesión, demostrando con ello que no eran tales amigos. Ignoraban que somos personas dispuestas a dar la vida por la suya. Ignorantes de tantas cosas…
El hecho es que después de estos 45 años de servicio, ya en la reserva, veo a mis compañeros llenos de alegría y entrega jugarse la vida (sí, he dicho jugarse) combatiendo el COVID 19, sin moverles nada más que la disciplina y la vocación de servicio. Servir para servir, como reza el lema del Parque de Transmisiones en el que tuve el honor de servir.
Pues bien, a pesar de esa juventud uniformada y alegre dispuesta al sacrificio, he tenido que asistir al público rechazo de unos pocos que no saben apreciar la bondad del ser humano y los valores de toda una institución, la militar. Porque sólo les mueve el odio a lo que los ejércitos representan. Es como si un médico de la sanidad madrileña dejase de atender a un paciente por ser africano o barcelonés.
Hace unos días un trasplante pediátrico multiorgánico realizado en Madrid a un niño catalán ha saltado a la prensa como un hito que enorgullece por igual a todos los españoles. Da igual el origen del niño, porque los bien nacidos se alegran de los finales felices sin consideraciones políticas.
¿A que viene distinguir por el lugar de nacimiento, la lengua, el pensamiento político, el color de piel o la edad?
La crisis del COVID 19 tiene que ayudarnos a ser mejor personas, a valorar lo importante de la vida y la muerte y a dejar de valorar las acciones en términos políticos. El odio no ayuda.
La sociedad española ha sufrido demasiado dolor, pérdidas y trastornos. Hay que levantarse del golpe, pero no perder la lección. No dejemos que los políticos nos convenzan de lo que no ha sido. Tengamos criterio y sigamos trabajando para dejar a nuestros hijos y nietos una España mejor alejada de enfrentamientos y venganzas.
Que no nos ciegue la propaganda y la agitación.
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