Manfredo Monforte Moreno
GD (r) Dr. Ingeniero de Armamento. MBA. MTIC. Artillero
De la Academia de las Ciencias y las Artes Militares
Tendría yo unos quince años cuando tuve la oportunidad de leer “Sin novedad en el frente”, una obra de Erich María Remarque sobre su experiencia como jovencísimo combatiente alemán durante la Primera Guerra Mundial. El libro fue prohibido por el III Reich, dado que mostraba la crueldad de la guerra y fue tachado de antinacionalista y pacifista. A pesar de su lectura, varias veces repetida, decidí abrazar la profesión militar. Muchos años después, cuando ya de comandante rondaba los cuarenta, mis hijos me regalaron la película homónima en blanco y negro y soporte digital. La he visto varias veces y se adapta francamente bien al libro en el que se basa su guion.
Hace unos días, al leer un poema de Góngora que adjunto pensé, casi sin querer, en la dana que ahogó pueblos de Valencia, Albacete y Málaga el 29 de octubre de 2024. Nuestros soldados han dado allí la talla, pues entregaron toda su energía y demostraron su vocación de servicio. Por ello me he decidido a publicar en este mi blog una colección de poemas, casi todos sobre los horrores de la guerra, que pueden proporcionar una buena lectura poética. Eso sí, recomiendo leer el texto a pequeños tragos. Espero que mis lectores habituales lo disfruten. Las traducciones al español, cuando han sido necesarias, tergiversan los textos originales, pero los hacen más o menos legibles.
Poema de Góngora
Cosas, Celalba mía, he visto extrañas:
cascarse nubes, desbocarse vientos,
altas torres besar sus fundamentos,
y vomitar la tierra sus entrañas;
duros puentes romper cual tiernas cañas;
arroyos prodigiosos, ríos violentos,
mal vadeados de los pensamientos,
y enfrenados peor de las montañas;
los días de Noé, gentes subidas
en los más altos pinos levantados,
en las robustas hayas más crecidas.
pastores, perros, chozas y ganados
sobre las aguas vi, sin forma y vidas,
y nada temí más que mis cuidados.
Este poema de Pemán evoca la humildad del soldado, su abnegación, su austeridad.
Conciencia tranquila y sana
es el tesoro que quiero;
nada pido y nada espero
para el día de mañana.
Ni voy de la gloria en pos,
ni torpe ambición me afana;
y al nacer cada mañana,
tan sólo le pido a Dios
casa limpia en que albergar,
pan tierno para comer,
un libro para leer,
y un Cristo para rezar;
que el que se esfuerza y agita,
nada encuentra que le llene,
y el que menos necesita,
tiene más que el que más tiene.
No podían faltar los versos de Calderón, un poeta soldado.
Es ese ejército que ves
vago al hielo y al calor,
la república mejor
y más política es
del mundo, en que nadie espere
que ser preferido pueda
por la nobleza que hereda,
sino por la que él adquiere;
porque aquí a la sangre excede
el lugar que uno se hace
y sin mirar cómo nace
se mira cómo procede.
Aquí la necesidad
no es infamia; y si es honrado,
pobre y desnudo un soldado
tiene mayor calidad
que el más galán y lucido;
porque aquí a lo que sospecho,
no adorna el vestido al pecho,
que el pecho adorna al vestido;
Y así, de modestia llenos,
a los más viejos verás,
tratando de ser lo más,
y de parecer lo menos.
Aquí la más principal
hazaña es obedecer,
y el modo cómo ha de ser
es ni pedir ni rehusar.
Aquí, en fin, la cortesía,
el buen trato, la verdad,
la fineza, la lealtad,
el honor, la bizarría;
el crédito, la opinión,
la constancia, la paciencia,
la humildad y la obediencia,
fama, honor y vida son,
caudal de pobres soldados;
que, en buena o mala fortuna,
la milicia no es más que una
religión de hombres honrados.
Y el famoso texto de Cela, A pie y sin dinero.
A pie y sin un ochavo en los bolsillos, calados hasta los huesos y con el estómago frío; en la vista una nube de hielo y en el dedo que oprime el gatillo, un sabañón.
El día ocho de diciembre hace frío, mucho frío, pero nunca bastante para frenar a la Infantería que, con un trajecito de dril, derrite la nieve de los montes y la escarcha de los ríos difíciles y el hielo que oprime los corazones en desgracia.
Ningún oficio más bonito que el de Capitán de Infantería, artesano del valor heroico, orfebre del valor estoico, que va a pie donde lo mandan con sus hombres detrás, y que a veces se queda en el camino con una bala, ¡con qué facilidad, Dios mío! que le para los pulsos del corazón. La guerra no es triste, porque levanta las almas. La guerra no es triste porque nos enseña que fuera de la Bandera, nada, ni aún la vida, importa.
La Infantería es la guerra a pie firme, la guerra cara a cara, la vida jugada a cara y cruz de la victoria y la muerte. La infantería es la guerra a cuerpo limpio, y el Infante lidiador que lleva el espíritu armado de un estoque de fuego, como un arcángel de estrellas en la bocamanga.
La Infantería no es la materia, es el ligero y tenue soplo que vivifica. La Infantería no es la masa, es la compañía.
La Infantería no es, a veces, ni el concierto; es siempre la canción arrebatada del solitario centinela, que canta para que el Cabo de Guardia sepa que está vivo. Quien no haya sido Soldado de Infantería quizá ignore que cuando el hombre se cansa, aún le faltan muchas horas y muchas leguas para cansarse. Porque el secreto de la Infantería, (nosotros estamos hablando naturalmente de la Infantería Española, la de las cornetas en el cuello de la guerrera) es el de sacar fuerzas de flaqueza y hacer de tripas corazón. Que nunca más noble fin tuvieron, ni nada mejor pudieron servir.
Quien no haya sido Soldado de Infantería no sabe, que cuando el hombre se lanza, cuando al hombre se le calienta la sangre, lo más difícil es pararlo y enfriarlo. Porque el otro secreto de la Infantería es el de calentar el aire con la mirada y darse cuenta de que la batalla terminó cuando el Soldado crea que estaba empezando. Que nunca mejores temples se conocieron ni en más gallardo menester se emplearon. Quien no haya sido Soldado de Infantería quizá ignore lo que es sentirse amo del mundo, a pie y sin dinero. A pie paseamos por donde quisimos, porque el que no va a pie, no se entera y os lo dice un vagabundo. Y sin dinero izamos nuestra Bandera donde nos dió la gana y donde nos mandaron, porque la victoria no es algo que se compra, sino que se conquista y os lo dice un pobre.
Ningún oficio más bello que el de Infante, que lleva su casa a cuestas como el caracol y se pelea porque no admite jaques; como el león y como el gallo y como el toro. Sin medir las fuerzas (que no fuera noble presentar las batallas ganadas) y sin mirar atrás porque detrás no hay nada, absolutamente nada.
Con el frio del ocho de diciembre se calienta nuestro corazón al pensar, como a una novia a la que quisiésemos, en la Infantería. Resuenan pífanos marciales y aún nupciales en la última y más profunda revuelta de nuestros oídos y aún se estremece, gracias a Dios, ese último nervio que en los cuerpos de los bien nacidos se guarda, como oro en paño, para que vibre en las ocasiones solemnes.
¡VIVA LA INFANTERIA ESPAÑOLA!
Un poema anónimo:
Yo era lo que nadie más quería ser.
Yo fui donde nadie más quería ir.
Yo terminé lo que nadie más quería empezar.
Yo nunca pedí algo a los que nunca dan nada.
Yo miré al terror a la cara.
Yo sentí el escalofrío del temor.
Yo me regocijé en momentos de amor.
Yo lloré, sufrí y tuve esperanza.
Pero, sobre todo, viví esos momentos que otros dicen es mejor olvidar.
Cuando llegue mi hora,
yo podré decir a los demás que estoy orgulloso de ser lo que he sido...
un Soldado.
Julio de 1914 - Anna Ajmátova sobre la GM I (iniciada el 28 de julio de 1914)
Huele a quemado. Durante cuatro semanas ya
ha estado ardiendo el pozo seco de la huerta.
Los pájaros ni siquiera han cantado hoy
y el álamo ha dejado de crujir y silbar.
El sol se ha tornado malestar divino.
La lluvia no ha rociado los campos desde Semana Santa.
Un forastero con una sola pierna arribó
y solo en el patio declamó:
“Tiempos de terror se acercan. Pronto
frescas tumbas abundarán en todo lado.
Habrá hambre, terremotos, muerte por doquier,
Y un eclipse de sol y de luna.
Pero el enemigo no dividirá
nuestra tierra a voluntad, sólo para él:
la Madre de Dios desplegará su blanco manto
sobre toda esta enorme congoja”.
El Alamein - John Pudney
Vivir y dejar vivir
No importa cómo termine todo.
Estos perdidos bajo el cielo,
yacen como amigos.
Perdonan los odios.
No importa cuánto odiaran;
por la vida separados
y por la muerte unidos.
En la tumba del soldado desconocido - Oscar Hahn
Con qué alegría marchan los hombres a la guerra
Con qué entusiasmo limpian y cargan sus fusiles
Con qué fervor cantan sus himnos de combate
Con qué ansiedad toman su puesto en la trinchera
Con qué inquietud oyen el ruido de las bombas
Con qué insistencia silban las balas en el aire
Con qué lentitud corre la sangre por su frente
Con qué estupor miran sus ojos el vacío
Con qué rigidez yacen sus cuerpos en el barro
Con qué premura son arrojados en la fosa
Vigilia - Giuseppe Ungaretti
Una noche entera acostado
al lado de un compañero masacrado
con su boca desdentada vuelta al plenilunio
con la congestión de sus manos,
penetrando en mi silencio
escribí cartas llenas de amor.
Jamás me he sentido tan aferrado a la vida.
Con qué rapidez son olvidados para siempre
Todos los ejércitos son Iguales - Ernest Hemingway
Todos los ejércitos son iguales
la publicidad es fama
la artillería hace el mismo viejo ruido
el valor es atributo de los muchachos
los viejos soldados tienen los ojos cansados
todos los soldados escuchan las mismas viejas mentiras
los cadáveres siempre han atraído a las moscas.
Seis de agosto, Hiroshima. Sankichi Tōge
¿Podemos olvidar ese destello?
súbitamente 30,000 desaparecieron en las calles
en las profundidades despedazadas de la oscuridad
los alaridos de 50,000 se desvanecieron
Cuando los remolinos de humo amarillo se dispersaron
edificios se quebraron, puentes colapsaron
trenes repletos se detuvieron calcinados
y una interminable acumulación de escombros y brasas
Hiroshima poco después, una línea de cuerpos desnudos caminando en grupos, llorando
con la piel colgando como harapos manos en pechos
pisando materia cerebral desmoronada ropa quemada cubriendo caderas
cuerpos yacen en el suelo de la procesión como estatuas de piedra de Jizō,
dispersos por doquier en las orillas del rio, tirados uno encima de otro,
un grupo que se había arrastrado hacia una balsa atada
que también poco a poco se transformaron en cadáveres
bajo los abrasadores rayos del sol
y bajo la luz de las llamas que atravesaron el cielo del atardecer
el lugar donde madre y hermano menor fueron prensados vivos
también fue envuelto en llamas
y cuando el sol matutino brilló sobre un grupo de colegialas
que habían huido y estaban tiradas
en el piso de la armería, sobre excrementos
sus vientres hinchados, un ojo aplastado, la mitad de sus cuerpos en
carne viva con la piel desollada, sin pelo, sin poder decir quién era quién
todo había dejado de moverse
en un estancado, ofensivo olor
el único sonido las alas de las moscas zumbando alrededor de las
bacinicas metálicas
ciudad de 300,000
¿podemos olvidar ese silencio?
en esa quietud la poderosa atracción
de las cuencas vacías de las esposas y niños que no regresaron a casa
que nos desgarró el corazón
¿Importa? - Siegfried Sassoon
¿Importa? ¿Perder las piernas?
Porque la gente siempre será amable,
y no es necesario que demuestres que te importa
cuando los demás vienen después de la caza
para engullir sus magdalenas y huevos.
¿Importa? ¿Perder la vista?
Hay un trabajo espléndido para los ciegos;
Y la gente siempre será amable,
mientras te sientas en la terraza recordando
y volteando tu rostro hacia la luz.
¿Importan, esos sueños en el hoyo?
Puedes beber, olvidar y alegrarte,
y la gente no dirá que estás loco;
Porque saben que has luchado por tu país,
y nadie se preocupará un poco.
¿puede ser olvidado?
Masa - César Vallejo
Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle:
«¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando «¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: «¡Quédate hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar...
La batalla - Louis Simpson
Casco y rifle, mochila y capote marchando por el bosque.
En algún lugar adelante los cañones retumban.
Como el círculo de una garganta
La noche a cada costado se hace roja.
Se detienen y cavan.
Se hunden como topos en la viscosa tierra
entre los árboles y pronto los centinelas
alertas en sus huecos sienten la primera nieve.
Sus pies se comienzan a helar.
Al amanecer la primera granada cae con un estallido,
Luego granadas y balas cruzan las heladas maderas.
Esto duró muchos días, la nieve estaba negra,
Los cadáveres hedían en sus huecos escarlata.
Lo que más claramente recuerdo de esta batalla:
El cansancio de los ojos, cómo las manos parecían delgadas.
En torno a un cigarrillo y la brillante ascua
vacilaría con toda la vida que en ella hay.
Hospital militar - Wilhelm Klemm
Briznas de paja crujiendo por doquier.
Los pedazos de vela se erigen solemnes y nos observan.
A través de la bóveda nocturna de la iglesia
flotan gemidos, palabras ahogadas a medias.
Hay un hedor a sangre, pus, mierda y sudor.
Los vendajes supuran bajo uniformes raídos.
Manos trémulas tiemblan y los rostros se contraen.
Los cuerpos se mantienen erectos mientras las cabezas agonizan de lado hacia abajo.
A lo lejos la batalla truena siniestra
día y noche, gruñendo y rugiendo sin cesar,
y para quienes mueren aguardando pacientemente a que caven sus tumbas
suena en sus oídos como si retumbara por todo el mundo, la palabra divina.
Vendrán lluvias suaves - Sara Teasdale
Vendrán lluvias suaves y olor a tierra mojada,
y golondrinas rolando con su chispeante sonido;
y ranas en los estanques cantando en la noche,
y ciruelos silvestres de trémula blancura.
Los petirrojos vestirán su plumoso fuego
silbando sus caprichos sobre el cercado;
Y nadie sabrá de la guerra, a nadie
preocupará cuando al fin haya acabado.
A nadie le importaría, ni al pájaro ni al árbol,
si toda la humanidad pereciera;
y la propia Primavera, cuando despertara al alba.
Guerra - Miguel Hernández
Todas las madres del mundo,
ocultan el vientre, tiemblan,
y quisieran retirarse,
a virginidades ciegas,
el origen solitario
y el pasado sin herencia.
Pálida, sobrecogida
la fecundidad se queda.
El mar tiene sed y tiene
sed de ser agua la tierra.
Alarga la llama el odio
y el amor cierra las puertas.
Voces como lanzas vibran,
voces como bayonetas.
Bocas como puños vienen,
puños como cascos llegan.
Pechos como muros roncos,
piernas como patas recias.
El corazón se revuelve,
se atorbellina, revienta.
Arroja contra los ojos
súbitas espumas negras.
La sangre enarbola el cuerpo,
precipita la cabeza
y busca un hueco, una herida
por donde lanzarse afuera.
La sangre recorre el mundo
enjaulada, insatisfecha.
Las flores se desvanecen
devoradas por la hierba.
Ansias de matar invaden
el fondo de la azucena.
Acoplarse con metales
todos los cuerpos anhelan:
desposarse, poseerse
de una terrible manera.
Desaparecer: el ansia
general, creciente, reina.
Un fantasma de estandartes,
una bandera quimérica,
un mito de patrias: una
grave ficción de fronteras.
Músicas exasperadas,
duras como botas, huellan
la faz de las esperanzas
y de las entrañas tiernas.
Crepita el alma, la ira.
El llanto relampaguea.
¿Para qué quiero la luz
si tropiezo con tinieblas?
Pasiones como clarines,
coplas, trompas que aconsejan
devorarse ser a ser,
destruirse, piedra a piedra.
Relinchos. Retumbos. Truenos.
Salivazos. Besos. Ruedas.
Espuelas. Espadas locas
abren una herida inmensa.
Después, el silencio, mudo
de algodón, blanco de vendas,
cárdeno de cirugía,
mutilado de tristeza.
El silencio. Y el laurel
en un rincón de osamentas.
Y un tambor enamorado,
como un vientre tenso, suena
detrás del innumerable
muerto que jamás se aleja.
apenas se daría cuenta de nuestra partida.
Muertos de guerra - Gavin Ewart
Con un brazo gris doblado sobre un rostro verde,
el polvo de los carros que pasan lo cubren,
yaciendo a la vera del camino en el lugar apropiado.
Porque ha cruzado la última visión lejana
que nos oculta el valle de los muertos.
Yace como equipo usado, dejado de lado,
del cual nuestro rápido avance no puede sacar ventaja:
rosas, carros triunfales, pero éste murió.
Otrora monumentos guerreros, lamentable intento
en cierta forma vaga, una lamentable excusa
para esos perdidos futuros que los muertos soñaron.
Cubierta la tierra con su lamentable piedra.
pero en nuestros corazones llevamos una carga más pesada:
los cuerpos de los muertos que yacen a la vera del camino.
Letra del “novio de la muerte”
Nadie en el tercio sabía
Quién era aquel legionario
Tan audaz y temerario
Que a la legión se alistó
Nadie sabía su historia
Mas la legión suponía
Que un gran dolor le mordía
Como un lobo el corazón
Mas si alguno quien era le preguntaba
Con dolor y rudeza le contestaba
Soy un hombre a quien la suerte
Hirió con zarpa de fiera
Soy un novio de la muerte
Que va a unirse en lazo fuerte
Con tal leal compañera
Cuanto más duro era el fuego
Y la pelea más fiera
Defendiendo a su Bandera
El legionario avanzó
Y sin temor al empuje
Del enemigo exaltado
Supo morir como un bravo
Y la enseña rescató
Y al regar con su sangre la tierra ardiente
Murmuró el legionario con voz doliente
Soy un hombre a quien la suerte
Hirió con zarpa de fiera
Soy un novio de la muerte
Que va a unirse en lazo fuerte
Con tan leal compañera
Cuando al fin le recogieron
Entre su pecho encontraron
Una carta y un retrato
De una divina mujer
Y aquella carta decía
"... Si algún día Dios te llama
Para mí un puesto reclama
Que a buscarte pronto iré
Y en el último beso que le enviaba
Su postrer despedida le consagraba
Por ir a tu lado a verte
Mi más leal compañera
Me hice novio de la muerte
La estreché con lazo fuerte
Y su amor fue mi Bandera
Este poema es mío, permítaseme la licencia
A la amada del soldado ante la visión de la muerte en el frente
Ni toda la sombra, ni una sonrisa,
tampoco te nombra, sino la brisa
que llevas en los ojos, que encierra tu pecho,
que exhalan tus labios, que mueve mi aliento.
Perdido en la nada, solo de ti,
la distancia se agranda, muerde, llora, desgarra… en mí mora.
Y tanta soledad al ánimo vence,
cada segundo alejada, cada compás anhelada,
cada flor marchitada, mi amor por ti crece.
Es tu recuerdo lo que, en esta locura,
desde este fragor el tiempo amenaza,
yo, tuyo y mío, tu imagen no pierdo,
pues redimes mi ser, alimentas cordura.
Dame, amada, valor
que añoro el calor, tu dulce mirada,
temor de ansiarte y perderte
dolor de no verte, ¡qué mascarada!
Tu rostro en la nada dibujo, tu perfil intuyo,
céfiro que no aspiro,
entre tanta miseria, tu influjo,
en esta mi muerte, tuyo.
Amada, dulce amada,
hiciste tuya mi vida
dones de sangre, cruel despedida,
llenaste de aliento mis yermas manos
y las vacuas cuencas de, otrora, mis ojos.
Alimentaste mi alma a diario,
pero hoy tu imagen, distante, lejana,
gran talante, cruel fama
tu no estar, fatal calvario.
Amada, dulce amada,
suave, tierna, hermosa
por ti, yo, ¿qué haría?:
dejar ir mi vida, desear encontrarte,
darte una rosa ¿y qué no haría?:
olvidarte, negarte, dejar de insultar a la parca asquerosa,
dejar de escribirte, no amarte.
Este poema también es mío.
A la esposa del soldado en la distancia
Te crees débil; no lo creas.
Pequeña, y eclipsas la luna.
Limitada y a todo llegas.
Incompleta y el espacio rellenas.
Haces y no pareces cansada.
Perseveras sin ser testaruda.
Eres y no pareces; sé que sufres desde una
forzada sonrisa.
Abierta a lo inflexible, blanda dureza,
lógica intuición, austera ironía.
Mujer con ayer, convoy de hoy, fortuna del mañana.
Me diste tu tiempo, entregaste tu fe,
experiencia, paciencia, fetén reticencia.
Y apareces y todo lo inundas,
das luz y deslumbras, amor y saturas,
apoyo y levantas.
Miras y ciegas, hablas y asordas, oyes y enmudas,
tocas y quemas, gustas, deleitas.
Te crees débil; no lo creas.
Pequeña, y eclipsas la Luna.
Haces y no pareces cansada.
Y apareces y todo lo inundas.
Mujer, que todo lo puede.
Formidable ser, que vida regala
animal con un arma: lágrima apodada,
predador que conquista con un solo gesto,
trofeo que nadie merece, ilusión pretendida,
crece cuando llega al ocaso,
pues conforme los años pasan
su porte enaltece, su figura se agranda,
su huella en la tierra hunde.
Te crees débil: no lo creas.
Pequeña, y eclipsas la Luna.
Haces y no pareces cansada.
Y apareces y todo lo inundas.
Porque has nacido mujer,
suerte y desdicha, sutil devenir, otrora entredicha.
Portas futuro, en tu vientre milagro seguro.
En tu regazo, el refugio.
A tu lado, la paz, el descanso, contigo vale la pena.
Te quiero conmigo, tu cercanía preciso.
Mañana empiezo a cuidarte.
Hoy quiero tu amor devolverte, amarte, mimarte.
Necesito agradarte.
Sería mujer para comprenderte.
Sería mujer para como tú sentirte.
Y apareces, y todo lo inundas.
Tuya has hecho la vida
y has dado tu vida a tus hijos,
a tus amigos, a tu familia,
a los que somos hermanos,
a dos que hoy somos uno.
Mi alma alimentas a diario,
tu imagen, distante, lejana,
gran talante, cruel fama.
Y yo en la distancia, aquí de misión,
te echo de menos, te pido perdón
de tantos momentos robados,
de tantos días alejados,
de mi falta de ayuda en nuestra casa,
de no veros en meses, dura tasa,
¿lo comprendes? son cosas de mi oficio,
para ti, los niños y España, mi sacrificio.
Imágenes: Google images
Kommentare