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Reflexiones sobre el teletrabajo en el sector de Defensa y Seguridad

Según Wikipedia, el teletrabajo es el realizado a distancia utilizando las tecnologías de información y comunicaciones (TIC,s) para producir bienes y servicios por cuenta propia o ajena y vender productos y servicios al mundo. Las TIC,s necesarias para estas tareas consisten básicamente en un ordenador, acceso a Internet, un smartphone y una cámara digital entre otras. Dentro de Internet se engloba principalmente la navegación web y el correo electrónico. Y según el caso, blogs, sitios web, software de traducción, mensajería instantánea (chat) y telefonía sobre IP.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) define el teletrabajo como una forma de trabajo que se realiza en una ubicación alejada de una oficina central o instalaciones de producción, separando al trabajador del contacto personal con los colegas presentes en la oficina y gracias a la nuevas tecnologías que hacen posible esta separación facilitando la comunicación.

El drama del COVID 19 nos ha confinado y demostrado la debilidad de nuestras creencias vitales anteriores. Desde primeros de marzo de 2020 hasta el final de la primavera, hemos tenido que reinventarnos para seguir trabajando en algunos proyectos en marcha y mantener las actividades cotidianas que creíamos sencillas e inmediatas.

Preservar nuestra salud nos ha empujado a trabajar desde casa; hemos capeado el temporal como cada uno ha podido o sabido. Para muchos, evitar los transportes públicos y los largos desplazamientos ha sido un beneficio tangible, en especial para los que habitamos en grandes ciudades. Disponíamos de más tiempo y nos sentábamos frente al ordenador en pijama y chanclas. Las videoconferencias –el dueño de la aplicación Zoom se ha hecho de oro con la pandemia– han permitido mantener el contacto físico con nuestros colegas y conservar un cierto ritmo de teletrabajo, pero en el sector de la Seguridad y la Defensa hay algunos peros. Me explicaré.

En primer lugar, la red de redes no admite intercambiar información sensible. Corremos un riesgo inusitado si exponemos al mundo datos confidenciales o estrategias empresariales. Las cámaras y los micrófonos de nuestros ordenadores caseros pueden traicionarnos. Y si no es a través de ellos, cualquier altavoz inteligente puede captar nuestras más íntimas conversaciones. Es un problema de seguridad cuyo principal enemigo somos nosotros mismos al olvidar la potencia de sus escuchas.

Durante la pandemia han circulado por la red planos, conversaciones, estudios, patentes… que no deberían ser expuestos sin una cobertura eficaz y segura. Y en las innumerables videoconferencias hemos podido ser víctimas de terceros: en primer lugar, porque en la pantalla aparece un interlocutor, pero no sabemos quién está a su lado o detrás de la cámara, ni las indicaciones que fantasmas conectados les dan a nuestros colegas en la sombra. En segundo lugar, porque utilizamos plataformas que alguien proporciona incluso gratuitamente (algo ganarán, no sólo es la publicidad).

Es curioso comprobar cómo Google o Amazon, sin escucharnos (¿?), nos ofrecen comida vegana sin haber solicitado nada en la red sobre ella, sólo hablamos de ella entre nosotros en una conversación intrascendente esperando a que se conecte el cliente u otro colega.

Internet ayuda pero obliga a tomar precauciones respecto a la información que le inyectamos, sean ficheros o teleconferencias. El oro del siglo XXI son los datos y empresas del sector gastan fortunas -por encima cada una de ellas del presupuesto de I + D de España– en aplicar la inteligencia artificial a todo lo que circula por la red, incluidos audios, imágenes o palabras clave de nuestro correo electrónico.

Pero todas las oportunidades y beneficios tienen su contrapartida: si yo puedo disponer de un profesional en teletrabajo, ¿por qué tiene que ser español? Basta con abrir una filial en India, Costa Rica o Pakistán para pagar sueldos mucho más bajos y prescindir de la costosa mano de obra española (seguridad social…). Al teletrabajador, esta modalidad le proporciona libertad y autonomía para organizar su tiempo, le permite compartir espacios de ocio y familia con el trabajo y elimina los desplazamientos y su coste; sin duda, es una oportunidad única para los discapacitados.


Para el empresario implica poder contar con cualquier trabajador cualificado sea cual sea su residencia. Elimina costes fijos (alquiler de oficinas…) y amplía la disponibilidad de profesionales competentes. Elimina los problemas de convivencia entre empleados y, en principio, aumenta la productividad.

Para el trabajador desaparece la separación entre trabajo y vida familiar. El día se transita en solitario y la jerarquía se difumina. Algunos lo vemos como una forma moderna de esclavitud, otros como el origen del sedentarismo y la antítesis de la inteligencia emocional aplicada en el entorno social de la empresa.

El presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, ha criticado las intenciones del Gobierno por legislar con prisas el teletrabajo anticipando algunos efectos demoledores; advirtió, «si tengo que contratar y se me ponen condiciones imposibles y que no pueda gestionar con mi plantilla, mañana puedo decidir contratar en Portugal... El mundo es global y la digitalización es global. Cuidado con cómo se plantea esto».

La idea del actual Gobierno de que las empresas deberían sufragar en su totalidad el desarrollo del teletrabajo y que no debería conllevar gastos añadidos para el empleado, ya sean directos o indirectos, como los relacionados con los equipos, herramientas y medios vinculados al desarrollo de su actividad laboral son puntos a discutir, pues la conexión a Internet del domicilio particular no sólo proporciona un medio para el trabajo, sino que atiende a otro tipo de contenidos ajenos a lo laboral. Sin duda, los horarios, las primas por productividad, los complementos de especial responsabilidad y los horarios flexibles son aspectos muy difíciles de cuantificar cuando se habla de teletrabajo.

Y si el nuevo esquema laboral del teletrabajo plantea cuestiones complejas de resolver, las condiciones del sector de la Defensa y la Seguridad conllevan aspectos ligados a la clasificación de los contenidos y la seguridad física de los puestos de trabajo.

La pandemia nos ha empujado al teletrabajo, una modalidad que estamos descubriendo sobre la marcha. Ya le vemos las ventajas, sufrimos los inconvenientes y sospechamos las trampas, pero en realidad esto que hemos hecho hasta ahora no ha sido teletrabajo, ha sido mera supervivencia. Hay que organizarlo, en eso coincide todo el mundo pero, ¿cómo? Según el anteproyecto que prepara el Gobierno, el trabajador puede negociar un horario flexible y tiene derecho a desconectar, es decir, a no responder correos o llamadas en su tiempo de descanso, lo que abre demasiadas preguntas. ¿Hasta dónde llega ese coste? Una buena silla ergonómica, una pantalla grande, el wifi, pero quizá también el aire acondicionado si es necesario, o parte de la factura de la luz. La empresa debería verificar la idoneidad del puesto de trabajo según los criterios de salud laboral.

Se estima un ahorro de 10.000 euros al año por empleado que teletrabaja, en espacio, limpieza y electricidad, apunta Oriol Amat, catedrático de Economía de la Universidad Pompeu Fabra, uno de los autores del libro Vivir y trabajar (Profit, 2019). También estima que la productividad aumenta entre un 10% y un 25%, pues se gana mucho tiempo. “Una gran consultoría española acaba de calcular que con videoconferencias se puede ahorrar medio millón de euros en viajes”, explica.

Para Eusebi Colàs-Neila, profesor de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, una de las claves para aumentar la confianza en el empleado, es “cambiar el foco del trabajo por objetivos, es decir, una tarea en un tiempo determinado para que pueda organizarse como quiera. Ahora ha sido en casa; con el horario de siempre, no funcionaba”

Soy consultor autónomo y nada me parece mejor que teletrabajar. Evito desplazamientos, trabajo en casa con mi buen bóxer Kross tumbado a mi lado esperando su paseo, tengo el horario que quiero –no hay días de diario o fines de semana– y atiendo a mi familia mucho mejor que cuando era asalariado. Pero no todos queremos ser autónomos ni esclavos del trabajo.

Como decía Millán-Astray: yo ahí lo dejo.



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