Manfredo Monforte Moreno
GD (r) Dr. Ingeniero de Armamento. MBA. MTIC. Artillero
De la Academia de las Ciencias y las Artes Militares
El 25 abril de 1898 los Estados Unidos declararon la guerra a España en Cuba. En realidad, se retrotraía a 4 días antes, pues la escuadra americana ya había comenzado el bloqueo de la isla el mismo 21 de abril. El gobierno español temió que el conflicto afectase a la España peninsular y a las islas Canarias por lo que se planteó vender Cuba, algo que ni la opinión pública aceptaría de buen grado ni muchos políticos apoyarían: había que aceptar la guerra por honor y dignidad nacional. Una contienda que se prolongaría hasta el mes de agosto del mismo año.
Como resultado de la guerra, España perdió Cuba y Puerto Rico, al tiempo que vendió Filipinas y la Isla de Guam a los americanos, así como Las Marianas (excepto Guam), las Palaos y las Carolinas a Alemania. Sólo quedaban unos pocos territorios en el África central y el Sáhara Occidental.
Se sabía que la guerra estaba perdida de antemano, pues los Estados Unidos contaban con 68 millones de habitantes y disponían de músculo industrial y una moderna flota de combate. Frente a esa potencia emergente, una España agrícola y desorganizada censaba unos 18 millones de habitantes. A ello había que sumar la distancia de ambos contendientes al teatro de operaciones, pues mientras las últimas tierras estadounidenses (Cayo West, al sur de Florida) estaban a tiro de piedra de Cuba, España debía superar miles de kilómetros y varios días de navegación hasta llegar al Caribe.
La chispa que aceleró los acontecimientos fue la voladura del Maine, un acorazado llegado al puerto de La Habana en señal de buena voluntad por parte americana tras varios desencuentros diplomáticos. Los hechos sucedieron mientras la mayor parte de los oficiales disfrutaban de una fiesta en tierra. De una tripulación formada por 355 personas (26 oficiales, 290 marineros y 39 infantes de marina), perecieron 260: 2 oficiales y 251 marineros e infantes de marina murieron por la explosión o ahogados durante el hundimiento. 7 más fueron rescatados, pero murieron a causa de las heridas recibidas. La prensa norteamericana se hizo eco del suceso llenando portadas tras aquél fatídico 15 de febrero. La comisión de investigación culpó de lo sucedido a España a pesar de que Sigsbee, capitán del buque, exonerara a los españoles de haber provocado el suceso. Al parecer, fue una explosión iniciada en las bodegas donde se almacenaba el carbón y donde se podría haber acumulado una gran cantidad de gases y polvo en suspensión. Cualquier marinero podría haber entrado fumando o provocado una chispa sin querer. La controvertida versión de que fue una operación de falsa bandera organizada por los propios norteamericanos no se ha demostrado (demasiados muertos propios para ser verdad…)
Catorce años antes del terrible incidente del Maine, España había ordenado reducir gastos en Cuba a consecuencia de lo cual el despliegue artillero se había reorganizado en dos comandancias. La de oriente contaría con un regimiento con cuatro compañías a pie más una de montaña y una de obreros. La de Occidente con un regimiento en el que se encuadraban cuatro compañías a pie. Al mismo tiempo, se suprimió el mando de batallón y se dejaron de ocupar los fuertes exteriores. Se mantuvo en funcionamiento la Maestranza, la fábrica de pólvoras y explosivos (conocida como “la pirotecnia”) y la Escuela de Tiro.
Nada más darse cuenta de que la guerra era inevitable, uno de los buques de guerra más modernos de la escuadra española, el Pelayo, recibió la orden de trasladarse desde Filipinas a Cuba, pero al llegar al canal de Suez fue retenido por influencia británica y americana hasta casi la finalización de la contienda. Al mismo tiempo, se ordenó al almirante Cervera desplazarse con una escuadra a Cuba. El militar sugirió que tal vez sería mejor quedarse en Canarias, donde había hecho escala para repostar carbón, y defender así el archipiélago de un hipotético ataque norteamericano, pero la orden no se modificó. Tras cruzar el Atlántico, trató de reponer carbón en la Guayana, pero le fue denegado. Finalmente, la escuadra entró en la bahía de Santiago de Cuba donde quedó confinada por el bloqueo de la escuadra enemiga.
Por aquel entonces, la industria española producía cañones de 16 cm de rayado constante en la fábrica de Trubia con destino al Ejército de Tierra y la Armada. También de aquella época son los cañones navales Ribera de 20 cm que posteriormente adoptarían el sistema Palliser y redujeron su calibre a 16 cm.
Como consecuencia de los mayores blindajes de los buques de guerra —se disponían planchas de acero adosadas a los costados desde un par de metros por debajo de la línea de flotación hasta un metro por encima de la misma protegiendo frente a los torpedos la obra muerta más próxima al agua—, los cañones Barrios aumentaron su calibre hasta los 22 y 28 cm. Este nuevo armamento se probó por parte de la Armada en Torregorda (Cádiz) y de la Artillería en los Carabancheles (Madrid). El Ejército adoptó el más grueso desplegándolo como Artillería de Costa. También se fabricó el obús de hierro rayado y zunchado 216,6/11 de avancarga denominado modelo Elorza 1872. Otra boca de fuego, el Ordóñez 1891 de 240 mm y 13 calibres de longitud, presentaba un cierre de tornillo que daba numerosos problemas de obturación durante el disparo.
Además de los problemas de la pérdida de presión (y alcance) debido a la mala obturación de los cierres de retrocarga, eran constantes los problemas con las medidas de los proyectiles, razón por la que al terminar la guerra y una vez analizados los informes técnicos de los numerosos incidentes de fuego durante la campaña, se creó en Madrid el Taller de Precisión de Artillería (1898-2010) con el fin de unificar calibres y plantillas de control de las diversas fábricas españolas. Se iniciaba así la brillante historia de la metrología industrial española. Unos pocos años más tarde, el centro añadió a su nombre el término “electrotécnico” ante el uso cada vez más extendido de equipos eléctricos en los ejércitos.
Los alcances y pesos del proyectil iban por entonces de los 2,5 km y 2,2 kg del obús más ligero de campaña —calibre 60 mm, con un tubo de unos 110 kg— a los 6 km y 160 kg de los cañones navales y costa de 240 mm. Unos alcances muy inferiores al del armamento principal que artillaba los modernos acorazados americanos.
La irrupción de las pólvoras de base nitrocelulósica (con el radical -NO2 en su formulación) aprovechaba el descubrimiento (1838, Payén) de un constituyente de fórmula (C6H10O5)n correspondiente a un polímero monosacárido presente en las paredes celulares de la madera al que se dio el nombre de celulosa. Antes, en 1833, Braconnot había nitrado productos de origen vegetal obteniendo sólidos muy inflamables (xiloidinas). En 1845 Schönbein patentó el algodón-pólvora, aunque su industrialización produjo varios siniestros (una fábrica en Inglaterra, un gran almacén en Francia y otro en Austria desaparecieron tras una enorme explosión). El químico Abel llegó a la conclusión de que las explosiones en masa se debían a la falta de estabilidad del producto; para conseguirla, Mendeleyev (1891) disolvió nitrocelulosa en éter-alcohol abriendo el camino a las pólvoras coloidales y a la famosa pólvora B de Vieille. Con estos avances, los tubos empezaron a crecer en longitud gracias al dominio de la progresividad de los propulsantes; los alcances llegaron a cuadriplicarse.
En la Cuba española convivía la Artillería de avancarga con la de retrocarga, aunque la primera ya disponía de sistemas de disparo más sofisticados que la clásica mecha, como eran las llaves de piedra de chispa colocadas sobre el oído. Para la retrocarga la obturación era un dolor de cabeza continuo, pues tanto los cierres de cuña como los de tornillo presentaban numerosas deficiencias, resultando peligrosos para los servidores de pieza.
Pero volvamos a la guerra. Entre el 21 y el 22 de abril 1898 la escuadra americana bloqueó la isla y comenzaron a batir las defensas costeras fuera del alcance de las baterías españolas, salvo en la bahía de La Habana, que contaba con 24 baterías de costa y 7 auxiliares. Los 4 cañones de 30,5 cm fueron suficientes (2 Krupp enviados por Martínez Campos unos años antes y 2 Ordóñez) para mantener alejados a los buques enemigos. El telémetro situado en la Pirotecnia permitía afinar la puntería al determinar la distancia a la que se encontraban los objetivos. De esa forma, la escuadra americana se mantuvo a unos 20 km de La Habana, pero batió con ensañamiento las defensas de Matanzas en el norte y Cienfuegos en el sur.
La defensa de costa se completaba con unas 104 piezas antiguas distribuidas por el litoral. Del municionamiento y los servicios se ocupaban dos batallones que actuaban como infantes. El mando de todas las baterías lo ostentaba el coronel César Español, que recibía novedades e impartía órdenes mediante un moderno sistema de telefonía (21 años antes, en 1877, el ingeniero Narcís Xifra había conseguido realizar una primera prueba de telefonía a larga distancia (104 Km) entre Barcelona y Gerona, utilizando la línea telegráfica establecida entre ambas capitales; el uso del teléfono se había extendido rápidamente).
La escuadra de Cervera había entrado en la bahía de Santiago de Cuba el 9 de mayo, constatando que la defensa de costa era paupérrima. El almirante pronto se percató de que la relación de fuerzas navales era de 1 a 5 a favor de los americanos, que mantenían el bloqueo impidiendo la salida a mar abierto de la escuadra española. La plaza recibió unos 3.500 disparos que lo único que lograron fue inutilizar un viejo cañón de 16 cm (sacado de un acorazado con enorme esfuerzo y pocos medios para instalarlo como cañón de costa). El 22 de junio unos seis mil hombres desembarcaron en las localidades próximas de Daiquiri y Siboney; contaban con 8 baterías de campaña. Para evitar el embolsamiento de la ciudad, el general Linares se desplazó a las pequeñas alturas de Caney con piezas de montaña, que lograron silenciar los fuegos enemigos y derribar un globo cautivo de observación.
Cervera había solicitado que las baterías de costa mantuviesen alejada a la flota americana, pero carecían de alcance. A pesar de oponerse a las órdenes de salir a mar abierto para batirse con la poderosa escuadra enemiga, la orden se ratificó y Cervera organizó su escuadra para una batalla perdida de antemano, abandonando la bahía siguiendo la costera. La flota americana contaba en sus buques con 14 cañones de 30 y 32 cm, 38 de 20 y 191 menores, todos ellos de tiro rápido. Los más gruesos estaban fuertemente protegidos. En frente, la escuadra española disponía de 6 cañones de 28 cm protegidos y 114 menores desprotegidos de los que 30 presentaban dificultades de vaina.
En plena batalla, Cervera se vio obligado a abandonar el Infanta María Teresa para alcanzar la costa a nado. Apresado, fue trasladado al acorazado Iowa donde fue recibido con honores militares. De los 2.227 marinos españoles, 323 murieron en combate y 151 resultaron heridos. Por parte norteamericana se informó de un solo muerto y unos cien heridos leves.
Tras la batalla naval, los Estados Unidos movilizaron unos 16.000 hombres adicionales, entre los que aparecen por vez primera 800 marines al mando del coronel Huntington. Tras su desembarco en las costas cubanas, se sucedieron las escaramuzas y defensas heroicas por parte española, pero el nivel tecnológico y económico del enemigo había decantado el resultado incluso antes de empezar la contienda.
Las unidades y baterías españolas en Caney resistieron hasta que sólo les quedaron botes de metralla para defenderse, por lo que se retiraron reportando grandes pérdidas. Desde ese momento, la plaza de Santiago quedó bajo el fuego cruzado desde tierra y mar. Algunos disparos españoles alcanzaron a los acorazados Texas y al mismo Iowa, pero produjeron escasos daños. A la resistencia le quedaban 19 piezas frente a los 374 cañones de la escuadra.
El gobierno español no comprendió que el valor no lo es todo en la guerra ni gana batallas por sí solo. Santiago capituló el 16 de julio de 1898. Al entrar en la ciudad, los americanos no daban crédito a la antigüedad del material español con el que se había defendido la plaza.
El 10 de diciembre 1898 se firmó el Tratado de París por el que se renunció, entre otras, a la soberanía sobre las tierras más españolas de América. El 1 de enero de 1899 se arrió la bandera española en el Castillo del Morro en La Habana. Ningún artillero se prestó a tirar las salvas de ordenanza; tuvo que hacerlo un auxiliar de almacenes.
El Infanta María Teresa fue reflotado por los americanos como trofeo de guerra, pero una terrible tormenta lo dejó a la deriva durante días hasta que finalmente se fue a pique.
El Reina Mercedes fue hundido por la propia tripulación como defensa a la entrada de la bahía de Santiago, aunque quedó un poco separado de la posición ideal. Pasó a manos americanas, que lo mantuvo en servicio hasta 1957.
El almirante Pascual Cervera y Topete, que en su día presidió la Comisión Constructora del acorazado Pelayo cuyo mando le fue dado en 1888, fue nombrado en 1891 director técnico y administrativo de los astilleros del Nervión, contratados para llevar a cabo la finalización de la construcción de los tres acorazados de la clase Infanta María Teresa. Ministro de Marina entre 1892 y marzo de 1893, permaneció como jefe de la Escuadra de Operaciones de las Antillas al estallar la guerra hispano-estadounidense en 1898 pese a su nula moral de combate como él mismo escribió: «si hubiesen sido otras las circunstancias, habría pedido mi pase a la reserva, como lo pediré (si Dios me saca con vida de ésta) el día en que haya pasado el peligro. Aun lo pediría hoy, si importáseme un bledo que me tacharan de cobarde, si ese paso mío no produjera en la Escuadra el deplorable efecto de la deserción de su Almirante al frente del enemigo”. En 1898 Cervera contaba con 59 años. Tras la guerra, el almirante tuvo que afrontar la incoación de un procedimiento contra él y sus oficiales supervivientes pero la causa fue sobreseída. Veinte años después de su muerte, un crucero de la Armada Española líder de su clase fue bautizado en su honor.
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Magnífico artículo Manfredo. Me trae muchos recuerdos de lo que he leido de mi bisabuelo que, era de Infantería, y allí tuvo varios combates y ascendió a comandante.