Manfredo Monforte Moreno
GD (R) Dr. Ingeniero de armamento y artillero.
De la Academia de las Ciencias y las Artes Militares
Escribir sobre la fábrica en la que nací supone un tributo al recuerdo de unos padres muy jóvenes que hoy ya no están y de tres hermanas que me preceden en edad y sabiduría.
Mi madre, valenciana de bien, tuvo el detalle de alumbrarme en la Fábrica Nacional de Pólvoras de Murcia, refundada como tal por viejos artilleros en 1802; fue un 16 de enero, día de San Fulgencio, patrón de la capital. Fui bautizado en la Iglesia de San Miguel, por lo que, aunque en mi carné de identidad figuro como Manfredo, mi partida de bautismo me registra como Manfredo Fulgencio Miguel (un secreto bien guardado durante años). Crecí en El Salitre, hoy corazón de la ciudad, porque hasta finales del siglo XIX no había fábrica de pólvoras sin una salitrera al lado, pues la pólvora negra, único propulsor y explosivo durante más de seiscientos años, está formada por un setenta y cinco por ciento de nitrato potásico o salitre y dos partes iguales de azufre y carbón, según la medieval fórmula seis-as-as. Imprescindible, el salitre.
De hecho, fue la cercanía de una mina de salitre lo que salvó de la destrucción y la rapiña al monumento que compite en visitantes con los alcázares de Segovia y Toledo; me refiero a la Alhambra de Granada, pues la pólvora fabricada junto al río que baña sus pies fue almacenada allí por orden de los Reyes Católicos tras la capitulación del sultán Boabdil el 25 de noviembre de 1491, quedando una guarnición a su cuidado a partir de la entrega de la plaza el 2 de enero siguiente. En una de las laderas que dan al Darro todavía se observan las cicatrices de una gran explosión acaecida en el taller de un polvorista en 1590 y que llegó a dañar parte del monumento. 30 años más tarde se reinició la actividad polvorista en El Fargue, una de las fábricas militares en activo más antiguas del mundo a punto de celebrar su 700 aniversario.
En Murcia mi padre, capitán e ingeniero de armamento como yo, se responsabilizaba de la planta de fabricación de nitroglicerina y lo hacía de noche, pues el proceso Biazzi era peligroso, aunque menos que el Schmid, y sólo se nitraba cuando el resto de la fábrica permanecía vacía. Los vapores nitrosos mantuvieron su tensión sanguínea tan baja que no abandonó el dolor de cabeza hasta que nos trasladamos a Madrid años más tarde. Le recuerdo con la cabeza vendada tras tomar fuego espontáneo una manta de pólvora en una de las laminadoras, aunque peor parado salió el coronel Ros, artillero e ingeniero, director de la fábrica por aquel entonces y que acabaría en el hospital recuperándose de sus quemaduras.
Los antecedentes de la fábrica se sitúan en la concesión de un molino de pólvora al industrial Francisco Berasategui en 1633, llamado Molino Alto, en Javalí Viejo, el cual estaba impulsado por una noria sobre las aguas de la acequia mayor Aljufía– de construcción árabe y aún en uso–. Este molino no era el único en la zona dedicado a la molienda de pólvora, pues cerca se encontraba el de Canalaos, de comienzos del siglo XVIII, situado también sobre el mismo canal y objeto de una terrible explosión en 1742.
De la misma forma que los demás molinos e instalaciones relacionadas con la pólvora en los alrededores de Murcia, la Real Fábrica de Salitre se valía de la fuerza motriz del agua de acequia para el funcionamiento de la maquinaria, en su caso concreto de la acequia Caravija, que discurre a muy poca distancia de la acequia mayor Aljufía.
Tras las riadas catastróficas de San Calixto en 1651 y con el fin de reparar los daños y contribuir a la recuperación de la ciudad, Felipe IV emitió una orden (1654) para construir una Real Fábrica en terrenos adquiridos a la Iglesia. Las obras quedarían concluidas en 1658, iniciando la actividad de acopio y refino de salitres.
Los molinos permanecieron en manos privadas hasta su incautación en 1747 por la Real Hacienda, dando lugar a la Real Fábrica de la Pólvora. Entre 1765 y 1767 se amplió el complejo con edificios como el actual pabellón central. A finales del XVIII se inician una serie de obras en el Molino Alto que dan lugar al primitivo complejo de la fábrica. Las efemérides de la instalación atesoran cuantiosas referencias y fechas para el orgullo de Murcia. Entre ellas, que en 1780 fue declarada fábrica «de primera clase» y vital para el progreso de la nación. Quienes allí trabajaban, por concesión de Carlos III, estaban exentos de las quintas. En 1799 su producción bastaba para abastecer a todos los ejércitos de una nación española que se extendía hasta las tierras de ultramar. En 1802 la fábrica pasa a depender de la Artillería, año en el que se decide centralizar, para su mejor organización, las distintas instalaciones y molinos en el complejo de Javalí Viejo, al estar mejor situado y rodeado de tierras susceptibles de compra para posibles ampliaciones.
A finales del XVIII estaba previsto contar con la fábrica de Murcia en la que trabajarían hasta 8 molinos y una segunda fábrica en Zaragoza, que nunca llegó a construirse. El reglamento de 1804 considera por primera vez a las maestranzas como instalaciones fabriles y establece disposiciones para la organización de escuelas de aprendices. Durante la Guerra de Independencia, tanto la Fábrica de Salitre como la de Pólvora de Javalí Viejo tienen un papel fundamental al ser las únicas que suministran pólvora, balas y fusiles al ejército español. En 1810, ante la presión del invasor, las autoridades deciden trasladar parte de la producción a otras instalaciones en Alicante y Tabarca.
En la década de 1850, durante la frustrante revolución industria española, la fábrica experimenta un gran impulso. Se envían ingenieros, químicos y otros expertos a diferentes países de Europa para formarse en los avances en la fabricación de pólvora y explosivos para, posteriormente, implantar las nuevas técnicas en la fábrica de Javalí Viejo. En 1855 se decidió que el sistema idóneo para fabricar pólvora en Murcia era el de presión, reformándose las instalaciones con la construcción de los actuales pabellones y el edificio principal (1862), diseñados por el arquitecto Francisco Bolarín. En ese mismo periodo, se comienza a idear la construcción del puente de la Pólvora hacia Alcantarilla para aliviar el tránsito de convoyes cargados de explosivos que atravesaban la ciudad de Murcia por el puente de los Peligros (¡vaya con su nombre!). El nuevo puente de la Pólvora no quedaría finalizado hasta 1877.
La antigua fábrica del Salitre acaba dependiendo de la Fábrica de Pólvoras de Javalí Viejo en 1865, pasando la primera a acoger la dirección y oficinas del complejo militar. Aun así, desde 1869 la fábrica no sólo se dedica a su clásica actividad de refino de salitre, sino también a la carbonización de agramizas (resultado de majar mediante golpeo el cáñamo o el lino para separar del tallo de la fibra) usadas en la elaboración de carbón vegetal. Diez años después se modernizan las infraestructuras con nuevos hornos y chimeneas.
Cuantos hoy contemplan los muros de la vieja fábrica del Salitre apenas recuerdan que España le debe a los murcianos su mismísima libertad. Cuanto menos, en parte. Como ya he comentado, para mí la Fábrica de Pólvoras de Murcia no es una fábrica cualquiera. El profesor de Historia del Arte de la Universidad de Murcia Manuel Pérez Sánchez ha demostrado que era la principal del Reino de España, como describió en 1815 Isidoro de Antillón en Elementos de la geografía astronómica, natural y política de España y Portugal. Aunque se trata de unas instalaciones industriales, cabe destacar la portada de su entrada, de sillares de piedra y coronada con el escudo real de Isabel II, resaltando además las columnas jónicas y los dinteles.
Existe otro hecho sorprendente relacionado con la fabricación de pólvora, aunque difieren los autores si sucede en las instalaciones del Salitre, en el centro de la ciudad, o en Javalí Viejo. Eso sí, ocurrió el 27 de julio de 1742, cuando una gran explosión costó la vida a siete hombres. Todo quedó destruido. El investigador Díaz Cassou destacó en su día que «se cuenta la de haber ido a caer en la plaza de Santo Domingo de Murcia, esto es, a una legua de la fábrica, una mano de hombre arrancada y lanzada por la explosión».
Entre 1916 y 1931 se inició la producción de pólvora sin humo de base nitrocelulósica con adición de nitroglicerina. Durante la Guerra Civil española el perímetro fue objetivo de bombardeos por el bando sublevado para limitar la capacidad de producción del bando republicano y por su proximidad a otras instalaciones militares en Alcantarilla.
A partir de 1946 un ramal de la línea Chinchilla-Cartagena facilitaba el transporte ferroviario a la fábrica desde la estación de Santa Bárbara construida a tal efecto, evitando así el paso de convoyes por el centro de Alcantarilla, nudo ferroviario más próximo.
La fábrica ocupa un recinto industrial perimetrado por una tapia, sobre la que hay una verja metálica. Alberga todo tipo de edificios, desde pabellones hasta talleres, una central hidroeléctrica, hangares, túneles y la capilla de Santa Bárbara (santa cuyo patronazgo artillero celebra este mismo año su 500 aniversario). Entre 1916 y 1955 se producen grandes ampliaciones y dado que el perímetro estaba limitado, se decidió saltar la calle San Juan, obstáculo que se salva con un puente, habilitando un segundo gran recinto.
Contaba mi padre que hacia 1959 (había sido destinado a la fábrica en el verano de 1955) tenían que fabricar pólvoras tanto para los cañones heredados de ambos bandos, desde el Flak 88/56 alemán, fabricado bajo licencia con la denominación FT44, al 122/46 ruso, denominado 1931/37 A19, que tenía por madre la masa reculante del 122 (modelo 1931 A19) y por padre el afuste del 152 (modelo 1937 ML20). Para adquirir la tecnología mi padre se desplazó desde Murcia a Alemania, quien tras dos meses de intentar entender el alemán se trajo los procesos de fabricación; esfuerzo baldío, pues de vuelta en Murcia llegó la ayuda americana y dado que las pólvoras alemanas no eran compatibles con los nuevos materiales, hubo que empezar de nuevo. Destaco el hecho afortunado de que los limoneros que plantó de capitán siguen dando hoy excelentes frutos gracias a los gases nitrosos presentes en la fábrica. Son limones pequeños, feos, pero muy sabrosos.
Destaco el hecho de que una joven viuda de la Guerra Civil fue contratada al terminar la contienda como costurera en el taller de confección de saquetes (bolsas de filoseda llenas de granos de pólvora que conforman la carga de proyección de los cañones). Aquella joven terminaría siendo jefa del taller y un hijo suyo cursaría estudios en la Academia de Artillería y posteriormente en la Escuela Politécnica, llegando a alcanzar el empleo de general en el Cuerpo de ingenieros de Armamento y Construcción (Castaño, para más señas).
En 1964 se hizo cargo de ella la Empresa Nacional Santa Bárbara, dependiente del Instituto Nacional de Industria. En 1976 se inicia la fabricación de pólvoras de simple base, para lo cual se monta una planta con patente francesa de la Sociedad Nacional de Pólvoras y Explosivos (SNPE). A finales de los 90 y coincidiendo con la supresión del servicio militar obligatorio en España llevada a cabo por el gobierno de José María Aznar, se retiraron los últimos militares y las instalaciones cayeron en el abandono.
Más desconocido que la antigua fábrica eran los huertos del Salitre, reducto privado de quienes la habitaban y hoy convertido en jardín. Con artilleros en la dirección de la fábrica, el Salitre se convirtió en residencia de los militares destinados en Javalí Viejo. Recuerdo que mi padre tenía asignado uno de los huertos donde además de gallinas, y conejos vivían dos cabras (Manchitas y Ney) que me embistieron más de una vez y hacían que me tuviese que encaramar a un melocotonero para refugiarme.
Aún conservo la foto de mi abuelo materno cogiendo dátiles en la fábrica con un largo palo y una especie de copa de caña en la punta, como mantengo en el recuerdo a mis hermanas recogiendo fresas y alcaparras… y las reuniones con los Ortega, los Pacheco, los Pujalte, los Sánchez de León, las conversaciones con mi querido Sarabia y las visitas a Panceira, el médico, que además tenía una Vespa. En La Ñora (así le llamábamos) pasábamos el verano entero porque mi padre entraba de servicio y todos nos trasladábamos al pabellón de la fábrica. Me da vergüenza reconocerlo, pero provoqué un pequeño incendio al enchufar un ventilador del pabellón (subiendo la escalera porticada de la izquierda) de 115 voltios al enchufe de 220. Logré que girase más deprisa y diese más aire. También me dejaban subir al camión de bomberos y tocar la campana y luego nos daban un paseo en la tartana por los campos de alrededor.
En 1987 la Gerencia de Infraestructuras del Ministerio de Defensa y el ayuntamiento de Murcia firmaron un convenio de cesión del Salitre para el uso del recinto (salvo el pabellón central, que pasó a manos privadas) al ayuntamiento, pues había sido rodeado por la ciudad tras la expansión urbanística de los años 60. En 1989 se aprobó la ejecución del jardín del Salitre, inaugurándose en 1994.
La instalación de Javalí Viejo pasó a ser propiedad de General Dynamics al privatizarse la Empresa Nacional Santa Bárbara en 2001. En 2009 la fábrica pasó a manos de Explosivos Alaveses (EXPAL), empresa cabecera de defensa de la multinacional MAXAM. Actualmente acoge no sólo una fábrica de pólvoras sino también un puntero centro de Investigación y Desarrollo.
Su abandonada central hidroeléctrica (de finales del XIX), única en España tras la demolición de su gemela en la Fábrica de Armas de Toledo, debería ser restaurada y formar parte del patrimonio industrial español. El coronel Penacho Ródenas y yo mismo lo intentamos sin éxito a través de la Fundación Juanelo Turriano. Todavía estamos a tiempo. Lástima que las acequias que le aportaban movimiento hayan sido soterradas.
Del antiguo complejo de la Real Fábrica de Salitre, que en 1899 contaba con diecisiete dependencias, tan solo queda hoy en pie el edificio que fue biblioteca de la fábrica (actual sede del Servicio Municipal de Estadística), el antiguo taller de afino de salitre (actual sede del Museo Taurino de Murcia), y la chimenea del taller de carbonizar (que hoy preside el paseo central del jardín del Salitre), además del antiguo pabellón central de oficinas y residencia de la dirección militar de las fábricas de Pólvora y Salitre.
Mientras que los tres primeros fueron rehabilitados y cedidos para sus actuales usos, estando todos dentro del parque público, el que fuera pabellón central y el terreno adjunto que en tiempos acogió el jardín de la fábrica, al acabar como propiedad privada, se encuentran en un lamentable estado de abandono.
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Encuentro a faltar la procedencia de las materias primas, salitre, azufre y carbon para dicha fabrica.
Igualmente seria interesante si las fotos se pudieran complimentar con un pie explicativo