Manfredo Monforte Moreno
GD (r) Dr. Ingeniero de Armamento. MBA. MTIC. Artillero
De la Academia de las Ciencias y las Artes Militares
En 1898 España perdió Cuba, Filipinas, las Carolinas y la isla de Guam. Un tragedia nacional que marcó los comienzos del siglo XX por su enorme impacto en la sociedad española.
Tras la independencia de la mayor parte de las posesiones de América y la venta a los Estados Unidos de La Florida en 1821 —Francia vendió a su vez La Luisiana en la misma época—, Cuba permanecía española a pesar de la insistencia norteamericana por hacerse con la hegemonía en el Caribe y su afán comprador. Si bien los primeros movimientos independentistas datan de 1865 no fue hasta finales de siglo cuando el apoyo norteamericano a la insurrección escala el conflicto hasta convertirse en una auténtica guerra contra la metrópoli.
Influyó en ello la temprana muerte de Alfonso XII antes de cumplir los 28 años (1885) y la consiguiente regencia de María Cristina de Habsburgo, segunda esposa del rey fallecido y madre de Alfonso XIII, que nació en mayo de 1886 y que no reinaría hasta principios del Siglo XX, convirtiéndose en el “primer soldado de España”, un título previsto para su padre con el fin de hacer frente a las asonadas y levantamientos militares que se sucedieron durante el siglo XIX. Se pensaba que, si el rey ocupaba la cabeza en la jerarquía de los ejércitos, el respeto y subordinación debida relajarían las ambiciones políticas de los militares. Durante la regencia, el gobierno turnaba entre liberales y conservadores hasta que la alternancia se vio interrumpida por el asesinato del presidente Cánovas en 1897 y la formación de un gobierno liberal por parte de Sagasta.
Los hechos se sucedieron de manera imparable en 1898: el 15 de febrero el acorazado norteamericano Maine, atracado en La Habana, saltó por los aires, un casus belli forzado por los norteamericanos; el 4 de marzo se disolvieron las cortes generales y convocaron elecciones generales y, finalmente, el 25 de abril (con retrospección al día 21), el Senado de los Estados Unidos declaró la guerra a una España débil y desgastada por las guerras de independencia americana de la primera mitad del siglo y las Carlistas en territorio nacional.
Antecedentes: el caso del vapor Virginius
El Virginius era un barco utilizado en la Guerra de Secesión estadounidense por los confederados para la evasión del bloqueo naval durante el conflicto. Se convirtió en botín de guerra en 1865 por la Unión. En 1870, el barco fue alquilado a los insurgentes cubanos para llevar hombres y municiones de contrabando a la isla, que en aquellos años estaba envuelta en una rebelión contra la dominación española. En octubre de 1873 el barco fue capturado en Jamaica por la corbeta española Tornado, siendo llevado a Santiago de Cuba cuando transportaba 155 pasajeros, la mayoría cubanos españoles, pero también estadounidenses y británicos. Tras una corte marcial, 53 de esos pasajeros fueron ejecutados en noviembre por piratería, incluyendo a varios ciudadanos británicos y estadounidenses. Las ejecuciones se detuvieron por mediación diplomática.
A partir de ese momento, las relaciones entre España y Estados Unidos se crisparon y la sombra de la guerra se extendió inevitable en el ánimo de ambos bandos. El 8 de diciembre, el gobierno español acordó devolver el Virginius a Estados Unidos; el 16 de diciembre, entregar a los supervivientes de tripulación y pasaje a un navío de guerra estadounidense en el puerto de Santiago de Cuba y, el 25 de diciembre, saludar a la bandera de Estados Unidos, como prueba de que el Virginius ya no estaba autorizado a navegar sin la bandera estadounidense. Finalmente, en febrero de 1875 se firmó un acuerdo mediante el cual el gobierno español indemnizaba al gobierno de los Estados Unidos con 80.000 dólares por la ejecución de sus ciudadanos. De igual modo, el gobierno británico recibió la correspondiente indemnización.
Como consecuencia del conflicto ocasionado por el Virginius, se compraron 6 cañones Krupp de 28 cm con unas pocas municiones. Tres de ellos se instalaron para proteger La Habana y los otros tres se quedaron sin montar sobre polines.
Sucesos de las Islas Carolinas
La llamada crisis de las Carolinas enfrentó en 1885 a España con Alemania por la posesión del pequeño archipiélago del océano Pacífico, en poder español desde que fueran descubiertas en 1526 pero sin una ocupación real del archipiélago. Ante las presiones alemanas y británicas, se preparó en Manila una expedición compuesta por dos transportes de guerra llevando como gobernador de las islas al teniente de navío Enrique Capriles y Osuna. Los dos buques zarparon de Manila en agosto de 1885 sin orden alguna de apresurarse o información sobre la gravedad de la situación, pues el embajador alemán en Madrid acababa de anunciar al gobierno español el propósito de su país de ocupar las Carolinas, consideradas territorio sin dueño.
En cuanto los buques españoles llegaron a su destino, comenzaron los preparativos para levantar acta de posesión, que incluía la adhesión de los caciques locales y el reconocimiento para elegir el emplazamiento de la capital colonial. Unos días más tarde, un oficial alemán solicitó embarcar en uno de los buques españoles para comunicar oficialmente que había declarado solemnemente y con todos los requisitos del tratado de Berlín, todo el archipiélago bajo la protección del emperador Guillermo, mostrando a la vez el acta de posesión firmada. La crisis estaba a punto de estallar y con ello el enfrentamiento armado. Las fuerzas allí presentes estaban tan igualadas, pese a contar España con un pequeño contingente de infantes de marina, que de haberse producido el enfrentamiento habría resultado en una victoria pírrica por parte de cualquiera de los dos bandos, quedando ambos sumamente debilitados. La reacción en España al saberse lo acontecido fue agria: alborotos populares, intento de ataque con quema de la bandera de la embajada alemana en Madrid y alteraciones similares en las principales capitales.
Aunque se era consciente de la inferioridad naval española, la opinión general era que estaba en juego la honra y que por ella se debía arrostrar cualquier inferioridad material. Así se mostró en la manifestación patriótica de Madrid, en la cual, al pasar delante del Ateneo, se exhibió desde este un retrato del almirante Méndez Núñez, mientras que Alberto Aguilera repetía en su alocución la frase atribuida al marino: «más vale honra sin barcos que barcos sin honra», poniéndola como modelo de conducta en las circunstancias del momento.
Pese a los proyectos y programas navales, lo cierto es que en 1885 la Armada Real no había visto incrementados o renovados sus buques. La mayor parte de los encargados a los arsenales o al extranjero estaban aún lejos de poder entrar en servicio. Esta situación estaba empezando a minar la moral de los oficiales de la Armada.
El conflicto se resolvió gracias a la mediación del Papa León XIII propuesto por Bismark.
Finalmente, España conservó la soberanía sobre las islas Carolinas y Palaos, obligándose a establecer una administración con fuerza suficiente para mantener el orden. A cambio, Alemania dispondría de plena libertad de comercio, navegación y pesca en el archipiélago, pudiendo establecer en él una base naval y un depósito de carbón para abastecer a sus buques.
Tras la crisis de Las Carolinas se montaron en La Habana, por suscripción popular, los tres cañones Krupp que permanecían sobre polines. Unos años más tarde, en 1889 se creó una comisión para estudiar el artillado y defensa de la costa cubana sin que se obtuvieran resultados tangibles; salvo la artillería de costa que protegía la Habana, el resto de las posiciones estratégicas, como la bahía de Santiago, mantenían cañones navales con más de dos siglos de antigüedad y un alcance muy inferior al armamento que montaba la moderna escuadra estadounidense. Consciente de ello, Martínez Campos ordenó en 1895 enviar a La Habana 2 modernos cañones Krupp de 30,5 cm, dos obuses Ordóñez también de 30,5 cm, 2 de 24, 8 de 15 y 8 de 21 cm. Al llegar el nuevo material a las isla, la artillería se reorganizó en secciones y piezas sueltas, y se colocaron todas las unidades bajo el mando de un coronel, centralizando así el mando y descentralizando la ejecución.
El movimiento insurgente, iniciado treinta años antes, desembocó en 1895 en la llamada tercera guerra de emancipación, esta vez internacionalizada con el apoyo evidente de los EEUU. En abril de aquel año llegó a La Habana el general Martínez Campos con la misión de pacificar la isla. Casi al mismo tiempo desembarcaron desde París José Martí, los hermanos Maceo y Máximo Gómez, que iniciaron la campaña de independencia. Las operaciones españolas fracasaron y en febrero de 1896 se encargó al general Valeriano Weyler la pacificación del territorio.
La estrategia de Weyler, mucho más duro que su antecesor, consistió en dividir la isla en “trochas” o áreas protegidas por empalizadas y puestos de observación. Al mismo tiempo, se concentró a la población en torno a las grandes ciudades, lo que conllevó la pérdida de medios de subsistencia y el desarraigo; “dejar al pez sin agua”, como afirmaba Weyler, condujo irremediablemente a un mayor animadversión hacia las autoridades españolas. Weyler contaba con 124.000 hombres cansados, muchos de ellos enfermos. El clima, un enemigo monótono de altas temperaturas y lluvias torrenciales, alimentaba la frondosidad de la selva y hundía el movimiento de las tropas en el fango. Fiebre amarilla, cólera, disenterías, viruela, paludismo, tifus, “vómito cubano” … en 2 años hubo 2.161 bajas en combate, 13.300 por fiebres y 40.127 por otras enfermedades. El oficial médico Ramón y Cajal fue uno de los encargados de aliviar la penalidad de nuestros hombres.
Los soldados, algunos venidos desde España y muchos nativos cubanos, preferían el combate a esperar la enfermedad sin batirse. Del transporte de las tropas desde la metrópoli se encargaba en régimen de monopolio la Compañía Transatlántica Española, que operaba vapores viejos y lentos, por lo que el viaje resultaba especialmente penoso. A ello se sumaba la “manigua” (selva) y la dificultad de avanzar a base de machetazos.
En 1896, el apoyo de los EEUU a la insurrección se hizo aún más intenso. Para hacer frente al conflicto, se concedió la autonomía a las Antillas, pues el gobierno español pensaba que la cosa no iría a más. Cuando en 1898 los EEUU declararon la guerra, España disponía de 186.000 hombres en Cuba, 7.500 en Puerto Rico y 24.500 en Filipinas, junto a una escuadra formada por 5 cruceros no protegidos y 50 cañoneros.
Las academias militares españolas preparaban a los oficiales de entonces para la guerra convencional en Europa, pero no había procedimientos para actuar contra la guerrilla. Por esta razón o por simple incompetencia, se repitieron los errores de organización e instrucción en el escenario cubano. En estas circunstancias, entraron en escena los corresponsales americanos, como Pulitzer y Hearst, dedicados a crear una fuerte oposición popular hacia la presencia española en la isla, preparando el terreno para que el pueblo norteamericano contemplara la guerra como un mal inevitable por necesario. Como le dijo en una ocasión el director del Journal a un corresponsal que había pedido su repatriación: “Usted permanezca allí y mande crónicas e ilustraciones. Ya le proporcionaré yo la guerra”.
Aunque no está claro si fue comisionado por la resistencia cubana en París, el hecho es que en agosto de 1897 un sicario italiano, Angiolillo, mató al presidente Cánovas. A ello se unió la filtración (¿intencionada?), tal vez de la mano del expresidente Canalejas, de una carta del embajador en Washington donde se ponía al presidente McKinley de chupa de dómine. Para templar los ánimos, los americanos enviaron el acorazado Maine a La Habana en señal de buena voluntad. Como respuesta, España ordenó al buque Cuba presentarse en el puerto de Nueva York
Fue una época de rápido desarrollo de la artillería naval y terrestre, pues unas décadas antes apareció el rayado y la retrocarga, se abandonó el bronce y el hierro para usar casi en exclusiva el acero como material constructivo, lo que unido al zunchado permitió el uso de mayores cargas de proyección y con ello mayores alcances. En 1891, el químico Mendeleyev estabilizó la nitrocelulosa, descubrimiento a partir del cual comenzaron a fabricarse las primeras pólvoras sin humo llamadas a sustituir a la pólvora negra facilitando el dominio de la balística interior: en suma, tubos más esbeltos y largos gracias a la conformación del grano de pólvora y las menores presiones máximas a igualdad de prestaciones en boca. Lo mismo ocurrió con las cargas explosivas de los proyectiles, el desarrollo de espoletas más seguras y el diseño de nuevas bandas de forzamiento para tomar el rayado de los tubos. Aunque todavía de escaso uso, comenzaban a implantarse los elementos de puntería y el diseño de órganos elásticos para aligerar el tormento del montaje. En aquellos momentos decisivos, España ya había perdido el tren de la tecnología y la autonomía estratégica.
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Magnífico artículo Manfredo. ¡Enhorabuena!