Manfredo Monforte Moreno
GD (r) Dr. Ingeniero de Armamento. MBA. MTIC. Artillero
De la Academia de las Ciencias y las Artes Militares
Desde la aparición de la pólvora negra en Europa, la penosidad de transportar los cañones y la peligrosidad del propulsor aconsejaban su fabricación en lugares próximos a su empleo. Por ello, durante el Siglo XIV y gran parte del XV, las fraguas, forjas y hornos requeridos no tenían emplazamientos permanentes y se establecían temporalmente cerca de donde se utilizarían las bocas de fuego en ellos producidas. Es obvio que el ritmo de las contiendas era mucho más lento que el actual, pues un sitio podía prolongarse meses e incluso años. Uno de los primeros ejemplos de esta forma de actuar se dio en España, pues se tiene constancia de que el Infante de Antequera (después Fernando I de Aragón) instaló un gran parque frente a Balaguer (1413) para el sitio de la ciudad. También hay referencias de la fabricación anterior de dos cañones de metal en Artajona (Navarra, 1379) o de ciertos tiros en Sangüesa (Navarra, 1381). Consta un parque en Burgos y la existencia de molinos de pólvora en Barcelona, así como de armerías y herrerías en las que se producían espingardas, picas y corazas en tierras vascas.
En la plaza de armas del castillo de Atienza (Guadalajara) existió una fundición que aprovechaba el mineral de hierro de Bádena (Teruel) y raro sería que hacia 1420 no se fabricasen cañones en Eugui (Navarra), pues además de ser una instalación principal, fue capaz de fabricar en 1423 una armadura completa con cincelados y aderezos de oro para el rey Carlos III de Navarra.
La guerra de Granada no sólo supuso la creación de un ejército regular al servicio de la Corona (Alonso de Quintanilla y las Hermandades de Castilla), sino el impulso definitivo a la organización de la Artillería y la creación de una industria respaldada por el Estado. De hecho, en 1498 los Reyes Católicos concentraron en Málaga los hornos de fundición y molinos de pólvora que sirvieron para abastecer a los ejércitos durante las campañas para la conquista de Granada. La fundición de Málaga terminó convirtiéndose en el gran centro de producción peninsular. Además de la fundición y los molinos de pólvora, tenía talleres de carretería, guarnicionería y grabado, así como un gran almacén donde se custodiaban las armas listas para su distribución. Elaboraba no sólo piezas de artillería, sino también picas, alabardas, coseletes, morriones, etc. La importancia de Málaga como principal fábrica militar española se prolongó hasta mediados del Siglo XVII alternando periodos de gran actividad con lustros de abandono. Tuvieron especial importancia las fábricas de Medina del Campo y Baza (1495).
Posteriormente, Carlos I promovió la instalación de nuevas fundiciones, como la de Sevilla, aunque el monarca prefería las piezas fundidas fuera de la península, especialmente en Alemania. Las dificultades financieras del Emperador acabaron por condicionar el modelo de las manufacturas militares e incluso la propia supervivencia de los grandes centros fabriles dependientes del Capitán General de la Artillería. Así, las capacidades centralizadas se sustituyeron por concesiones a favor de asentistas (privados, por tanto). Su irrupción provocó el final de la casa de Artillería de Málaga, que desapareció en el primer tercio del Siglo XVII. Esta situación se prolongaría en España hasta el siglo XVIII.
Carlos I fundó una escuela de Artillería en Milán; su hijo Felipe II tres: una en Burgos y dos en Sevilla, una de las cuales fue encargada al profesor Julián Firrufino, que leía en su cátedra la geometría de Euclides y el tratado de la Esfera; en la otra escuela sevillana, sostenida por el Consejo de Indias, se formaban los artilleros para las naos de América, siendo su maestro Andrés Espinosa, fundiéndose al morir éste ambas escuelas en una sola.
Con el cierre definitivo de Málaga y el arriendo de la fábrica de pelotas (bolaños) de Euguí (Navarra), toda la industria militar pasó a estar gestionada en régimen de asientos por particulares (exactamente como la industria militar de hoy en España). La Real Fábrica de armas portátiles y blancas de Placencia (Guipúzcoa), establecida en 1550, constituyó un caso especial pues, aunque el recinto era propiedad real, en ella no se fabricaba nada: la producción era cosa de los talleres gremiales repartidos por las villas del valle del Deva desde donde suministraban sus productos a la fábrica para la realización de las pruebas, su recepción y distribución bajo el control de los funcionarios reales. Un concepto parecido al actual Banco de Pruebas de Éibar (Guipúzcoa) respecto a los armeros de la zona.
En 1634 la Corona se hizo cargo de la fundición de bronces de Sevilla con el fin de reforzar el control de sus productos. Con esta decisión se armonizaba la situación con la de Barcelona y otras fundiciones que esporádicamente funcionaban en Valencia y Mallorca.
La artillería de sitio y defensa utilizó durante muchos años los cañones de bronce por su facilidad de fabricación y resistencia a la oxidación, pro resultaban demasiado pesados para su uso en los buques de guerra. Para la fabricación de bocas de fuego férricas se establecieron unas importantes instalaciones industriales y mineras en las poblaciones cántabras de Liérganes y La Cavada que pronto se convirtieron en la primera siderurgia e industria armamentística del país, ya que un solo galeón armaba más de cien cañones a lo que se añadía el artillado de las defensas de los puertos de ultramar; se mantuvieron en producción durante más de dos siglos, entre 1622 y 1835, saliendo de sus instalaciones cañas y munición de hierro destinados a la Carrera de Indias y el mantenimiento del dominio español de los mares, de creciente importancia estratégica frente al combate terrestre.
Durante el siglo XVI el esfuerzo bélico e industrial se orientó a incrementar la fuerza naval. Es en este periodo cuando surgieron las primeras flotas nacionales de guerra capaces de prolongar el conflicto a gran distancia de la metrópoli. En los siglos sucesivos quedó patente que aquellas naciones que no pudieran abastecerse de miles de cañones para artillar sus barcos se verían desalojadas de las principales rutas comerciales marítimas, dejando la hegemonía en los océanos, nuevo escenario principal de confrontación, a los países más poderosos.
La puesta en funcionamiento de estos centros de producción al abrigo de políticas mercantilistas se hizo inviable, por lo que se crearon las Reales Fábricas para la producción de bienes estratégicos para los estados. Se necesitaban importantes instalaciones para albergar hornos de gran capacidad con unas condiciones geográficas particulares –con abundancia de madera– y mano de obra muy cualificada. Estas condiciones no eran fáciles de reunir en la Europa del siglo XVI –por la cualificación del personal – y buena prueba de ello fueron las tentativas fallidas de instalar nuevas fundiciones en España y en los territorios de ultramar.
En cuanto a las fábricas de pólvora, había muchos molinos y salitreras de propiedad particular junto a unas pocas de la Corona (de ellas, la más importante era la de Villafeliche en Aragón). La más antigua estuvo en Burgos hasta que una terrible explosión la destruyera en 1520; se reconstruyó en Pamplona. Le sigue en antigüedad el molino de Cartagena que corrió la misma suerte a principios del Siglo XVII. Otros, como los de Granada y Murcia trabajaron en régimen de arrendamiento. Algunas instalaciones, como la sita en Ruidera, nunca llegó a funcionar a pleno rendimiento.
El modelo de asientos (contratas) monopolizó la provisión de armamento, municiones y pertrechos de guerra durante los siglos XVI y XVII, pues permitía el pago diferido y que los asentistas adelantasen así parte de los costes, cuando no el total (el Estado se financiaba así a través de sus proveedores). Sólo se pagaban productos útiles a su recepción, lo que abría la puerta a la venta de los productos rechazados por otras vías. Por tanto, el asentista asumía toda la responsabilidad sobre el proceso productivo y la calidad de los bienes producidos. En manos de los oficiales de la Corona quedaba evitar el fraude y la baja calidad.
Durante el Siglo XVI aparecieron las figuras administrativas del veedor y del controlador de la Artillería (los inspectores e interventores de entonces), funcionarios reales que aceptaban o rechazaban el material y libraban los pagos. El material aceptado quedaba bajo la custodia de sus mayordomos en almacenes llamados “casas de munición” hasta su distribución. En dichos establecimientos se contrataban artesanos encargados de fundir la munición, preparar la pólvora adquirida o construir montajes y a veces bocas de fuego completas. Las casas de munición constituyen el precedente de las maestranzas y parques.
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Interesante articulo.
En mi opinion el principal problema en la industria de armamento en esa epoca fue la falta de conocimientos de nuestros antepasados, tanto en la polvora como en la fabricacion de cañones
Y se lo digo porque en todos los establecimientos eran foraneos los maestros.
Como anecdota dire que tuve un antecesor, fundidor de cañones en el castillo de Burgos, hacia 1590,y fue "trasladado " por Felipe III a la fabrica de Malaga, JUAN de QUEVEDO