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La industria militar rusa. Querer y no poder.


Manfredo Monforte Moreno

GD (r) Dr. Ingeniero de Armamento. Artillero.

De la Academia de las Ciencias y las Artes Militares.

La Federación de Rusia gasta mucho en armamento. Nada menos que el 4 % de un Producto Interior Bruto (PIB) similar al italiano. Hablamos del país más extenso del mundo, pues suya es la novena parte de la tierra firme del planeta. Cuenta con más de 145 millones de habitantes que gozan de una renta per cápita que no llega a la tercera parte de la española.

Tras la caída de la Unión Soviética, las Fuerzas Armadas de la Federación de Rusia, establecidas en 1992, suponen según algunos expertos, como Global Firepower, el segundo ejército más poderoso del mundo tras los Estados Unidos, aunque comparable actualmente, si no inferior, al chino. Su jefe supremo es el presidente (Vladimir Putin en estos momentos). Cuenta con unos 750.000 soldados en activo y unas reservas de 25 millones que, en realidad, se limitan a 2,5 millones de posibles combatientes a los que hay que sumar las fuerzas especiales.

Las Fuerzas Armadas rusas están constituidas por las Fuerzas Terrestres, la Armada, las Fuerzas Aeroespaciales más dos cuerpos independientes, a saber: las Tropas Aerotransportadas y las de Misiles Estratégicos. Por supuesto, a nivel estratégico, destaca su capacidad nuclear, posiblemente la más potente del mundo y el espíritu combatiente del soldado ruso, puesto de manifiesto en la Guerra contra Hitler y mucho antes frente al mismísimo Napoleón (“al soldado ruso tienes que matarlo y después empujarlo para que caiga” decían los generales franceses). Un espíritu que parece haberse desvanecido en la invasión de la hermana Ucrania al enfrentarse combatientes con distinta motivación y objetivos.

La debilidad de los sistemas de defensa rusa ya se puso de manifiesto con el aterrizaje de un chaval alemán, Mathias Rust, en plena Plaza Roja de Moscú. Corría el año 1987. Fue un hecho que dejaba en entredicho la seguridad de la Unión Soviética, que poco después abandonaría su Vietnam particular (Afganistán). Sin duda, el enorme territorio ruso es muy difícil de conquistar y relativamente fácil de defender; otra cosa es la capacidad de atacar o invadir a los países limítrofes.

El pertinaz triunfalismo militar ruso deja entrever enormes debilidades cuando ha tratado de atacar a un vecino en teoría mucho más débil. Así, tras la Primera Guerra Mundial, el Ejército Rojo quiso invadir Polonia (1920) pero fracasó estrepitosamente. El resultado fue que Polonia aseguró las fronteras de Occidente frente al comunismo soviético… hasta que Stalin se empeñó, aprovechando el ataque alemán al inicio de la Segunda Guerra Mundial, en apropiarse de algunas regiones del este de Polonia, las repúblicas bálticas y las tierras finlandesas. Apenas hubo resistencia salvo en Finlandia, cuyas guerrillas lograron que tan solo se cediesen territorios cercanos a San Petersburgo, manteniendo su joven independencia. Finlandia supuso una humillación para el gigante militar soviético.

En 1980 el ejército soviético invadió Afganistán con la excusa de apoyar al gobierno comunista de Kabul. Otro fracaso sonado, pues no es lo mismo ocupar que conquistar. Como consecuencia de aquel fiasco, aunque no fue el único motivo, la Unión Soviética se desmoronó en 1991. Cuatro años después, Rusia invadió Chechenia sumando la enésima decepción, pues tras dos años de guerra, las tropas rusas se retiraron definitivamente lo que supuso el desprestigio y ocaso del presidente Yeltsin, facilitando con ello el ascenso de Putin al poder –como primer ministro en 1999– para convertirse en presidente y jefe supremo de las Fuerzas Armadas un año más tarde.

La invasión de Ucrania el 24 de febrero de 2022 está mostrando de nuevo las carencias de la Federación Rusa en materia militar. Las pérdidas de material y las bajas de miles de soldados en el bando ruso se producen a un ritmo insostenible. Tras 8 meses de combates, Rusia no ha conseguido sus objetivos estratégicos iniciales (la adhesión de las provincias del Este), ni tan siquiera ha logrado consolidar las posiciones ganadas. Sin duda, el apoyo de la inteligencia occidental y el suministro constante de armamento moderno por parte de algunos países, especialmente los Estados Unidos, han influido en la marcha de las operaciones. Frente a estos medios modernos, la compra por parte de los rusos de material en Corea del Norte e Irán para usar los drones suicidas lowcost del país islamista contra la población civil (las conocidas “motos” por el ruido característico de su motor de 50 CV), sugieren la existencia de graves carencias en la industria militar rusa. El invasor adolece, está claro, de la capacidad tecnológica e industrial imprescindibles para dotarse de sistemas de última generación (algunos de los carros de combate desplegados en Ucrania son los mimos que los fotografiados en la Primavera de Praga de 1968 –el T62–).


La compra de armamento a terceros países puede indicar dos cosas: que las reservas convencionales van agotándose (manteniendo las estratégicas) y que las sanciones impuestas por occidente han tenido un efecto demoledor sobre las cadenas de suministro rusas. Sin embargo, el armamento coreano o iraní es posible que sea antiguo al ser una copia del material de la era soviética, compatible con los calibres que el ejército ruso viene usando desde tiempo atrás (122 y 152 mm en artillería de campaña). Este armamento es francamente inferior al de origen occidental desplegado por el ejército ucraniano, tanto en alcance, letalidad y precisión.

A las carencias en el terreno militar, tecnológico e industrial, hay que sumar la sangrante fuga de talento, hasta el punto de verse obligados a prohibir la salida del país de científicos e ingenieros (marzo de 2022) y, especialmente, de los expertos informáticos. Una fuga que, aunque viene produciéndose desde hace años, se incrementó exponencialmente con el comienzo de la invasión de Ucrania. Sin cerebro para el desarrollo y la innovación, Rusia estará condenada a una larga travesía por el desierto tecnológico. Putin lo sabe. Como también conoce el potencial disuasorio de su arsenal nuclear.

Un ejemplo de la debilidad industrial rusa es el desarrollo del caza de nueva generación Sukhoi Su-75 que apenas ha podido intervenir en el teatro de operaciones al no contar con aparatos suficientes y, lo que es más importante, carecer de procedimientos y sistemas que lo hagan comparable a los cazas de quinta generación occidentales y le permitan obviar las defensas antiaéreas de Ucrania. Asimismo, la tan cacareada superioridad del nuevo carro de combate, el T-90M, no se ha demostrado, como tampoco ha sido decisiva la legendaria artillería de campaña rusa, sin nuevos desarrollos que la equiparen a los medios más modernos. Para colmo, tras meses de brutales acciones, las existencias de misiles tierra-tierra están casi a cero, y se ha tenido que recurrir, como ya hemos comentado, a la compra de drones suicidas de origen iraní.

Tras la Segunda Guerra Mundial, hubo que reorganizar las Fuerzas Armadas, confiriendo mayor importancia a las unidades acorazadas frente a la infantería motorizada, invirtiendo en aviación y fuerza naval e iniciando la carrera del espacio exterior. A pesar del fin de la guerra, la Unión Soviética mantuvo un enorme potencial bélico basado en una industria que, aunque poco eficiente, parecía satisfacer sus necesidades operativas.

La ruptura geográfica de la URSS no fue el único motivo de la decadencia industrial. Las bajas inversiones, los excedentes de material de todo tipo y la obsolescencia de los medios de producción hizo que durante la década de los 90 del siglo pasado la reconversión y privatización de la industria militar se realizase de manera poco organizada. Los resultados no fueron los esperados y se produjo el gradual desmoronamiento de la capacidad industrial –de toda, no solo la militar–. Para alguno de los llamados “jerarcas”, la falta de control facilitó la corrupción a todos los niveles, llenando sus bolsillos en unos pocos años. Basta con ver los megayates atracados por todo el Mediterráneo. Recuerdo que en una visita a Bulgaria hacia 1998, observé una enorme instalación fabril en obvio estado de abandono. Al preguntarle a la guía que nos acompañaba, me respondió que aquella era una fábrica de neumáticos para toda la Unión, pero que con la caída del Muro de Berlín y el desmembramiento del viejo estado, resultaba ruinosa por no ser competitiva y haber perdido su mercado natural. Lo mismo ocurrió con numerosas instalaciones sobredimensionadas y diseminadas por todo el territorio y en algunos casos en países que dejarían de estar en la órbita del Kremlin.

Tras alcanzar la presidencia de la Federación en 2000, Putin trató de impulsar la industria militar sin demasiado éxito. No fue hasta diez años después cuando se aprobó un ambicioso plan industrial para recomponer la capacidad defensiva del país. El detonante fue una breve guerra en Georgia, donde se puso de manifiesto el bajo nivel tecnológico del material militar. Si durante la primera década del presente siglo la inversión estuvo alrededor del 3,7 % del PIB, a partir de 2012 llegó a ser del 4,5 %. A pesar de las ingentes cantidades dedicadas a la adquisición de armamento nacional, los sucesivos planes no llegaron a cumplir sus objetivos.

La idea de fortalecer la I + D + i perseguía obtener un 30 % de equipamiento nuevo hacia 2015 para llegar a un 70 % cinco años más tarde. Con ello se logró alcanzar una producción regular de aviones Yak-130 y Su-34/35. También se fueron incorporando helicópteros (KA-52 y Mi-28N) a razón de unas 65 unidades al año. La Armada recibió durante la última década un par de submarinos Borei 955 y una unidad del modelo Yasen 885, mientras que se pusieron a flote hasta 47 buques de guerra entre los que destacan 6 corbetas/ fragatas.

Los viejos misiles S-300 de defensa antiaérea han ido sustituyéndose por los nuevos S-400, mientras que a un ritmo muy lento fueron desarrollándose nuevos misiles con capacidad nuclear para ir remplazando el envejecido arsenal soviético. En paralelo, fueron renovándose los satélites del sistema de posicionamiento global Glonass.


La industria militar rusa ha ido incrementando sus exportaciones de forma continua desde hace 30 años, pasando de 4.000 millones de dólares al año a casi 18.000 en los últimos ejercicio. Como en el caso de la industria española, el mercado exterior ha sido responsable de la supervivencia de gran parte de las capacidades del sector. De hecho, las exportaciones rusas han supuesto un elevado porcentaje de su producción, pasando de ser el cuarto exportador mundial en la década de los 90 del siglo pasado al segundo a principios de 2022. Sus principales clientes han sido tradicionalmente China e India. Con menos volumen aparecen Argelia y Venezuela.

Des de que Putin alcanzase el poder, la industria militar ha venido experimentando una profunda reconversión iniciada con un ambicioso programa de reestructuración (2001) continuado por una Reforma (2007) y un nuevo programa de reconversión (2011) cuyos objetivos deberían alcanzarse hacia 2020, algo que no ocurrió en su totalidad a pesar de los casi 90.000 millones de euros invertidos.

Las empresas de armamento se agrupan por especialidades y mantienen una alta participación del estado. Fruto de ello es la creación de un gigante exportador, Rosoboroneksport, una corporación que ha ido adquiriendo empresas del sector y cobrando protagonismo en el mercado exterior, especialmente en cuanto a vehículos blindados y municiones. A pesar del impulso inicial, el nuevo holding armamentístico no está logrando los resultados que se esperaban debido a la enorme diversidad de su cartera y a la falta de una política estratégica alineada con los objetivos del Kremlin.

A los problemas encontrados en la reestructuración del tejido productivo hay que sumar una realidad inquietante: la mayor parte de los centros técnicos arrastran graves problemas financieros; alrededor de 100 empresas armamentísticas presentaban un balance en quiebra técnica. ¿Qué se hizo para resolver la cuestión? Pues expulsarlas del sector animando a sus gerentes a explorar otras vías de rentabilidad en el mercado civil mediante su privatización, un proceso que continúa hoy con serias dificultades como consecuencia del boicot internacional por la invasión de Ucrania. En Rusia se puede comprar un Lada nuevo… pero no pida usted que lleve ABS o airbags; faltan componentes críticos, es especial microchips.

Muchas de las dificultades que se han encontrado durante la reconversión de la industria militar rusa ha sido la corrupción, que empapa por capilaridad a toda la sociedad. Sin resolver esta cuestión, será difícil que el gigante ruso pueda compararse alguna vez a los países occidentales.

Durante la invasión de Ucrania, ante la falta de resultados estratégicos, Putin ha exigido a sus empresas que analicen el armamento que emplea Ucrania para tratar de copiarlo y mejorar el propio. Al mismo tiempo, ha ordenado agilizar el ritmo de producción para reponer la enorme cantidad de material perdido. Esta acción del líder supremo implica el reconocimiento tácito de la inferioridad tecnológica frente a las armas occidentales.


Desde febrero de 2022, Estados Unidos ha enviado ayuda militar a Zelensky por unos 11.000 millones de euros… y hay ayudas por más de 6.000 millones previstas conjuntamente por Biden y Truss. En total, Ucrania ha recibido hasta la fecha unos 50.000 millones de euros en ayuda militar procedente de 28 países donantes. Frente a estos hechos, Putin ha hecho un llamamiento para que su industria militar adecúe sus tecnologías a los requisitos de la guerra moderna, en especial en cuanto al despliegue de drones y municiones suicidas. Al mismo tiempo, aunque el dominio cognitivo le es favorable a Putin a nivel interno –hay un apoyo popular constatable a la acción militar sobre Ucrania–, no sucede lo mismo respecto a la inteligencia militar, en franca desventaja frente a la occidental. Las comunicaciones rusas han fallado, como se ha demostrado en la reconquista de Járkov por los ucranianos, como también lo han hecho los medios de vigilancia y seguimiento de la maniobra enemiga. Por ello, Putin ha exigido al DIC (complejo militar industrial nacional) que aumente la producción y recorte los plazos de ejecución, aunque sabe que tal vez sea tarde.

Las reservas rusas heredadas del periodo soviético empiezan a estar agotadas. Con pérdidas superiores a los 1.000 carros de combate, parece que la capacidad de reposición ha llegado a su límite y no puede abastecer a las tropas desplegadas en un frente que supera los dos mil kilómetros de longitud. Al otro lado de la frontera, Zelenski está recibiendo material cada vez más moderno –al principio era material antiguo o sobrante de los países donantes, como las ametralladoras Ameli españolas–, e incluso anima a las empresas armamentísticas occidentales a que prueben sus nuevos desarrollos contra los rusos aunque no estén maduros y se encuentren en fase experimental.

Entre el armamento más letal desplegado desde occidente destacan los misiles contracarro Javelin, los lanzadores múltiples de cohetes HIMARS, los poderosos sistemas de guerra electrónica capaces de cegar a los radares rusos y negar sus comunicaciones, así como el empleo de drones de todo tipo (sin olvidar los satélites de Elon Musk). Ante estos sistemas, la moral del soldado ruso está baja, como lo está la productividad de su industria militar, que se muestra obsoleta e incapaz de suministrar sistemas que puedan neutralizar las modernas armas desplegadas por los defensores. A pesar de la presión de las Fuerzas Armadas rusas y del propio presidente, la credibilidad de la industria militar no levanta cabeza en gran parte gracias a las sanciones impuestas al Kremlin. Para colmo, la doctrina y procedimientos de los ejércitos rusos parecen haberse quedado obsoletos frente al empuje de las tropas de Kiev.

La voladura del puente de Kerch, los actos de sabotaje en territorio ruso, junto con la pérdida del buque insignia Moskva en el mar Negro o el ataque sobre la base aérea de Crimea no se neutralizan con exhibiciones de fuerza al mostrar los misiles hipersónicos Kinzhal y Zircón o el anuncio del torpedo nuclear Poseidón. Es la defensa de quien se ve perdedor.

Los hechos son tozudos, y la realidad es que Ucrania no solo ha parado el golpe inicial frente a un enemigo muy superior, sino que ha cambiado el curso de las operaciones a su favor. La historia rusa con sus intervenciones fronterizas se repite. La llegada del invierno y la pérdida de apoyos por parte de China e India, parecen augurar que Putin puede quedarse sin turrón en Navidad. La falta de una industria militar coherente con la política militar del Kremlin tiene mucho que ver en el fracaso personal de D. Vladimir.


Imágenes: Google images

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