Manfredo Monforte Moreno
GD (r) Dr. Ingeniero de Armamento. MBA. MTIC. Artillero
De la Academia de las Ciencias y las Artes Militares.
El término “ingeniero” aparece por primera vez en la obra de Covarrubias de 1611 definido como “el que fabrica máquinas para defenderse del enemigo y ofenderle”. La palabra ingeniería parece una evolución del término artillería en el sentido de añadir un matiz de consolidación científica (paso de arte a facultad) y de su generalización, al evolucionar desde la construcción de máquinas de guerra al diseño y fabricación de todo tipo de ingenios y fortificaciones defensivas.
Aunque la convivencia de los términos artillero e ingeniero ha ido más allá de la semántica, es un hecho reconocido que el uso de ambos sustantivos se extendió con el de las armas de fuego en las que el proyectil es impulsado por la combustión de una sustancia deflagrante denominada pólvora. De hecho, la aparición de la pólvora negra afectó al diseño de las nuevas fortificaciones a las que se dio forma poligonal condicionada en cuanto a sus dimensiones por el alcance de los cañones defensivos asentados en los vértices de los bastiones. Los altos castillos de antaño quedaban atrás ante la potencia de los nuevos ingenios explosivos. En un principio, serán los mismos individuos los que intentarán aunar todo el saber y conocimientos necesarios para poner en orden de batalla la artillería necesaria, su mejor disposición para el asedio y la defensa y el propio diseño y puesta en obra de las fortificaciones defensivas. Así nacen los primeros ingenieros que bien pronto se especializarían en los servicios de armamento y construcción.
Como afirmaba Lewis Mumford es su libro Técnica y civilización, la pólvora tuvo un triple efecto: provocó un fuerte desarrollo de la metalurgia y la siderurgia, mejoró el arte de la fortificación y puso los cimientos del motor de combustión interna al propiciar el descubrimiento del oxígeno.
Fueron los ingenieros militares los primeros en crear escuelas y academias de matemáticas como las de Milán, Madrid, Cádiz o Barcelona y entre las que destacó la de Bruselas, dirigida por Sebastián Fernández Medrano. En estas academias se destacaba el estudio de las matemáticas, la geometría y la resistencia materiales, así como el diseño y construcción de fortalezas, pues el progresivo perfeccionamiento de las bocas de fuego exigía mejorar el arte de la fortificación. A principios del siglo XVI, los italianos descubrieron que la tierra amontonada podía absorber el efecto de los disparos de cañón, por lo que las altas murallas de las defensas medievales dieron paso a taludes de pendientes pronunciadas y de poca altura. Se instalaban los cañones en plataformas avanzadas denominadas baluartes, y la fortaleza, convenientemente abastionada, se convirtió en un elemento esencial tanto en la lucha por el dominio de Europa, como para reforzar la defensa de nuestras costas y fronteras, en España y en nuestras posesiones de África y América.
El esfuerzo que se realizó en fortificar fue enorme y a nuestros ingenieros, como Juan de Herrera y Cristóbal de Rojas (vinculados a la Academia de matemáticas de Madrid, el primero como director y el segundo como profesor de Fortificación) hay que unir otros precedentes, como Juan Bautista Antonelli, que dirigió las fortificaciones de Cartagena, Orán y Alicante y proyectó e inició los castillos del Morro y de la Punta de la Habana, entre otros muchos.
A finales del siglo XVII, gracias a las aportaciones del Marqués de Vauban, otro ingeniero español, el Arte de la Fortificación alcanzó su máximo esplendor y consagró los papeles, cada vez más diferenciados, del ingeniero militar y del artillero.
En 1711, Felipe V encomendó a Jorge Próspero de Verboom, hecho venir de Flandes, la organización del Real Cuerpo de Ingenieros, con clara separación de los cometidos de la Artillería. Años más tarde, en 1762, Carlos III creó el Cuerpo de Artillería con la función, entre otras, de construir los cañones y demás elementos para el empleo de éstos. Conforme se creaban las reales fábricas, los artilleros se encargaron de su dirección administrativa y técnica. La formación de sus mandos se encomendó al Real Colegio de Artillería, creado hace 260 años y academia militar más antigua del mundo en activo.
Mucho tiempo después, en 1895, los artilleros que cursaban los estudios correspondientes a la rama técnica recibían el reconocimiento como Ingenieros Industriales del Ejército. La ingeniería civil, diferenciada de la militar durante los siglos XIX y XX, se nutrió en sus comienzos de numerosos artilleros e ingenieros militares.
Los ingenieros militares fueron la punta de lanza de la revolución industrial en España, ocupando destacadísimos puestos en la administración del Estado. Así, en 1718 el Rey asigna funciones a los ingenieros militares que van más allá de sus funciones estrictamente castrenses, dando prioridad a su participación en la construcción de obras públicas. A finales del XVIII los ingenieros se reorganizan en tres secciones: “Academias militares”, “Fortificaciones del Reino” y “Caminos, Puentes, Edificios de Arquitectura Civil y Canales de Riego y Navegación”, esta última a cargo de Francisco Sabatini. Son obras de los ingenieros militares la Puerta de Alcalá, el Palacio de Aranjuez, la Fábrica de Armas de Toledo y la de Tabacos de Sevilla, el Arsenal de la Carraca, el Canal Imperial de Aragón, el Paseo del Prado en Madrid, numerosas carreteras, la Iglesia de San Francisco el Grande y un largo etcétera. También hicieron una importantísima labor cartográfica.
La aparición de la ingeniería civil estuvo ligada a la creación de sus escuelas. La primera fue la de Minas de Almadén si hacemos abstracción de la fundada en Méjico por Fausto de Elhúyar en 1777 y trasladada a Madrid en 1835. La segunda fue la de Caminos, Canales y Puertos en 1802, en cuyos inicios destacaron los ingenieros militares, como Agustín de Betancourt, que también creó, comisionado por Fernando VII, la Escuela de Ingeniería de Rusia, siendo nombrado Mariscal de Campo del Zar, grado que ya había alcanzado en España. En 1848 empezó a funcionar la Escuela de Ingeniería de Montes, creada por el ingeniero militar Bernardo de la Torre. En 1850 aparecieron los primeros ingenieros industriales, en cuyo plan de estudios intervino el artillero, ilustre geólogo y ministro de Marina y de Fomento, Francisco de Luxán, quien fundó la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Por citar otro ingeniero ilustre, el general Ibáñez de Íbero creó el Instituto Geográfico y Estadístico en 1870, presidiendo la Comisión Internacional de Pesas y Medidas de París.
Ya en el siglo XX destacaron un par de ingenieros ilustres, por recordar algunos, como el General Fernández Ladreda, ingeniero de armamento y dos veces académico, y Alejandro Goicoechea, ingeniero de construcción y creador del tren articulado ligero TALGO.
Recientemente ha surgido una tercera rama de la ingeniería militar que, apoyándose en el desarrollo de la electrónica, es responsable de los sistemas de mando y control de las Fuerzas Armadas a través de las nuevas tecnologías de la información y las telecomunicaciones. Esta tercera especialidad, a la que pertenecí como ingeniero de armamento, es responsable de la adecuada utilización de un nuevo recurso que también tiene tratamiento ingenieril: la información, que al igual que los otros dos recursos asociados al progreso del ser humano, la materia y la energía, se obtiene, se transporta, se almacena y se procesa.
La utilización de la información como recurso tecnológico ha propiciado la aparición de las distintas escuelas sistémicas y, en particular, de la Ingeniería de Sistemas y, todo ello, en una clara convergencia entre los mundos de la ingeniería al servicio de la sociedad civil y la ingeniería al servicio de la Defensa, afinidad que se manifiesta en múltiples aspectos y que, con cierta imaginación, nos recuerda la época en que solo había una ingeniería.
El Cuerpo de Ingenieros de Armamento y Construcción (CIAC) del Ejército de Tierra se creó en 1940 como heredero de las funciones técnico-facultativas de artilleros e ingenieros militares con dos escalas: superior y técnica y rombos con fondo rojo y azul respectivamente. Posteriormente evolucionó a Cuerpo de Ingenieros Politécnicos (CIP), se abandonó la carrera bloque de 5 cursos (7 contando los dos preparatorios) y, como consecuencia de los acuerdos de Bolonia, se crearon dos másteres, uno de armamento y otro de construcción. No corrió la misma suerte la tercera especialidad de Telecomunicaciones y Electrónica (creada en 1989 en apoyo al arma de Transmisiones cuando Ingenieros se escindió en esta rama y zapadores, más relacionada con Construcción).
Desde entonces, se condicionó parcialmente la adscripción a las tres especialidades del CIP según la ingeniería de origen. Como consecuencia, se cerró el acceso a los licenciados en ciencias y a algunas ingenierías, como la agrónoma, montes, medioambiental, etc. Al mismo tiempo, se dejó a extinguir la especialidad de Química en la escala técnica. Al final del periodo de cambios, se abrió la puerta del CIP a ingenieros aeronáuticos para ejercer sus funciones como tales y al mismo tiempo constituirse en miembros “especiales” del CIP con servidumbres de destino.
En un arco, la dovela central se llama clave de bóveda. Sus caras cortadas en ángulo transmiten las tensiones, equilibrándolo. Si se prescinde de ella, el arco se desmorona. En mi opinión, en unas FAS cada vez más tecnificadas, los cuerpos de ingenieros militares son la clave de bóveda en cada uno de sus destinos. No de las FAS en su conjunto, pues no son cuerpos combatientes, sino de los centros, unidades, departamentos o unidades en las que sirven. Para su desempeño importa la experiencia, valía y formación, no el empleo militar, lo que juega en contra de la iniciativa e independencia facultativa en los empleos iniciales del escalafón, fundamentalmente teniente y capitán.
El ingeniero no es un especialista; es un ingeniero, que es cosa distinta. Los hay de especialidad en los años de juventud, de dominio en los empleos intermedios y de sistemas y gestión en los puestos de mayor responsabilidad. Pero ingenieros y militares lo primero, como dice nuestro himno; ingenieros y facultativos de acuerdo con la legislación vigente y colegiados bajo el amparo de sendos Colegios Oficiales (Armamento, Construcción y Armas Navales) que velan por la profesión.
Los ingenieros politécnicos somos militares que no trabajamos como externos para el Ejército u otros destinos fuera del ámbito del JEME. No somos militares distintos. Los ingenieros politécnicos hemos sido, somos y seremos una parte más del Ejército de Tierra.
Imágenes: Google images
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