Manfredo Monforte Moreno
GD (r) Dr. Ingeniero de Armamento. Artillero
De la Academia de las Ciencias y las Artes Militares
Uno de los elementos que más ha influido en la evolución del armamento a lo largo de la historia ha sido la lucha entre la coraza y el proyectil. De hecho, las armaduras medievales dejaron de proteger a reyes y caballeros tras la aparición de la ballesta. La lucha continuó siglos más tarde con la aparición de la carga hueca –el famoso bazooka–, a lo que se respondió con mallas anti RGP que descomponen el dardo de la carga conformada aumentando la distancia de activación (standoff) y con blindajes activos, a lo que respondieron las cargas tándem; más recientemente los sistemas de tipo hardkill que pueden neutralizarse mediante ataques simultáneos y múltiples. También llegó el proyectil flecha (la ballesta moderna) para quedarse, aunque necesita un tubo-cañón lanzador muy pesado… y contra él se diseñaron blindajes compuestos.
La invasión rusa de Ucrania y la cruenta guerra posterior están cambiando muchas ideas que se daban por ciertas en cuanto a los sistemas de armas y los procedimientos de combate. Sin ir más lejos, la irrupción en masa de los sistemas aéreos no tripulados, de los misiles contracarro y de la artillería cohete está facilitando lecciones aprendidas que condicionarán las futuras inversiones y el desarrollo de nuevos armamentos.
En el pasado, el despliegue español en misiones como Irak y Afganistán obligó a poner apresuradamente sobre el terreno nuevo equipamiento como los MLV Lince, el RG31 Nyala, el Husky, las torres remotas y los primeros sistemas aéreos no tripulados, como el PASI. Como dijo el sabio: “no sobrevive el más inteligente, sino quien mejor se adapta”. Tuvimos que adaptarnos al entorno y lo hicimos, pues la adaptación es la mejor forma de obtener la superioridad tecnológica, al anticipar de manera prospectiva las amenazas potenciales y agilizar la adquisición del equipamiento necesario para darles respuesta.
Vayamos a un ejemplo: hasta la fecha, la tradicional manera de protegerse frente al enemigo ha sido la trinchera. Recuerdo que el famoso libro “Vencer” decía: “combatiente, en el combate, o te entierras o te enterrarán”. Pero el uso de drones comerciales por parte de las unidades ucranianas armados con granadas de mano que caen vertical y directamente sobre el enemigo, hace que el pozo de tirador, la trinchera o la azotea de un edificio hayan dejado de ser lugares seguros, aunque queden desenfilados frente a las armas de tiro tenso y, en especial, de los francotiradores. Incluso dentro de bosques tupidos, el dron puede soltar su carga letal sobre el enemigo a poco que se vea algo —visible o térmico– desde las alturas. Y a los drones se unen los proyectiles con espoletas de proximidad o programables lanzados desde cañones de calibres medios. Cada vez se hace más complicado para las tropas a pie buscar un refugio seguro frente al enemigo. ¿Ha muerto la trinchera? Definitivamente no, pero dejarla a cielo abierto puede ser un suicidio.
Otros elementos habituales en el combate parecen haber caído en desuso: es el caso de la bayoneta, la granada de fusil o el cañón sin retroceso. También se cuestionan los vehículos —protegidos o no— de transporte de personal, especialmente aquellos que portan más soldados que los que forman una escuadra (4 o 5 elementos). Un ataque letal a un vehículo con 10 o 12 combatientes causaría un efecto mediático inaceptable. Está claro que la forma de proteger al combatiente es alejarlo de las zonas calientes y no exponerlo a la acción enemiga. ¿Es acertado hoy el diseño del vehículo español de zapadores Castor previsto para albergar hasta 10 combatientes en su interior? Estoy convencido de que en unos pocos años, el Castor trabajará en modo no tripulado o, a lo sumo, con una dotación de 2 o 3 zapadores, no más.
Otro aspecto que supone un cambio mayor es la necesidad de que la artillería de campaña use sistemas capaces de “disparar y escapar”, pues los drones enemigos y la contrabatería ya no admiten tiempos de entrada o salida de posición de varios minutos. Por ello, los sistemas autopropulsados se imponen a los remolcados. Ejemplo de ello es la irrupción de obuses sobre chasis de camión 6x6 u 8x8 como el Caesar francés, el sueco Archer o el alemán PZ2000. Lo mismo se aplica a los sistemas lanzacohetes, donde el protagonismo de los sistemas MLRS e HIMARS americanos está influyendo en gran medida en la capacidad de resistencia del ejército ucraniano frente al gigante invasor. A todo lo cual se une el despliegue de radares que detectan en segundos el origen de los fuegos enemigos, como el AN/TPY 36 proporcionado por USA a los artilleros de Ucrania. Si además consideramos la importancia que en el conflicto está alcanzando la información sobre los movimientos rusos proporcionada por la inteligencia occidental, la precisión en la designación de los objetivos y el uso de municiones guiadas, se explica el hecho de que la artillería de campaña remolcada de los rusos haya dejado de ser determinante. Las mismas razones están detrás del desarrollo y despliegue de morteros embarcados en lugar de remolcados. En aras de la movilidad, los nuevos sistemas autopropulsados se montan sobre ruedas, aunque la cadena proporciona indudables ventajas en ciertos escenarios.
Todavía desconocemos la eficacia que en la guerra de Ucrania han tenido los sistemas de guerra electrónica o los ciber. Lo que sí queda claro es que la lucha en el dominio cognitivo ha sido encarnizada, lo que demuestra que en los asuntos militares las cosas siguen cambiando rápidamente.
¿Cuántos carros de combate se han perdido en ambos bandos? ¿1.500? Es posible. Tal vez demasiados debido al uso de sistemas tan sencillos y fáciles de usar como los C90 y Alcotán españoles, el Javelin americano o el Karl Gustav sueco. Estos nuevos sistemas portátiles recuerdan lo sucedido con la armadura tras la aparición de la ballesta. Además de las vidas humanas en juego, el coste de un carro de combate frente al de un Alcotán es tremendamente desproporcionado. La corta distancia de uso de los modernos sistemas contracarro hacen muy difícil su neutralización, pues el ataque se produce por sorpresa y sin tiempo de respuesta a menos que esta sea automática. Además, los carros rusos han demostrado un diseño de su santabárbara erróneo y una alta vulnerabilidad frente el ataque desde arriba, pues sus techos disponen de escasa protección, lo que se ha puesto de manifiesto en el combate en poblaciones, donde ante la vulnerabilidad de sus medios, los rusos han preferido el uso en masa de la artillería antes de penetrar en las ciudades con medios acorazados.
Un dron armado es una brutal amenaza para el carro por muy moderno que sea. Sistemas de protección activa, como el blindaje reactivo o sistemas de tipo Trophy, funcionan una sola vez antes de ser recompuestos. Dos ataques seguidos y el carro estará muerto. En el pasado se desplegaban sistemas antiaéreos (contra helicópteros y cazabombarderos) para dar cobertura al despliegue de la infantería acorazada: hoy deben desplegarse sistemas radar antidron y láser pulsados de potencia para neutralizar la amenaza, que incluye también a las municiones "suicidas" y proyectiles con alas y dirigidos remotamente.
Otros sistemas que parecen haber perdido vigencia en la guerra entre Ucrania y Rusia son los de apoyo aéreo tripulado a tierra que tanto se vieron en los conflictos de Oriente Medio con un fuerte protagonismo del Hércules Ghostrider con cañón de 105 mm, del helicóptero de ataque Apache o del eternamente joven A-10. La culpa la tienen los sistemas de misil antiaéreo de baja cota (manpads) que han denegado el vuelo en muchas fases de la contienda en el Dombás. El despliegue de drones armados va sustituyendo a los medios tripulados en el apoyo de fuegos.
En el conflicto ruso-ucraniano apenas han tenido presencia los sistemas no tripulados terrestres, pero es cuestión de tiempo su despliegue aislado o embebido en unidades de combate convencionales. Al igual que los sistemas aéreos o navales, los vehículos terrestres no tripulados (en general, SNT), sean autónomos o remotamente controlados, tienen como principal ventaja la de no requerir una tripulación con lo cual se elimina la dependencia del soldado y se disminuyen los riesgos del personal. Además, tienen una buena autonomía y al no requerir espacio físico para acomodar a la tripulación, el volumen y masa total disminuye de forma significativa. En algunos desarrollos, se aprovechan plataformas diseñadas para ser tripuladas a las que se añaden elementos para convertirlos en no tripulados (UGV, Unmanned Ground Vehicle, por sus siglas en inglés), incrementando la flexibilidad de su empleo, pero desaprovechando la posibilidad de eliminar esa reserva de volumen.
Evidentemente, no todo son ventajas: la aplicación de la inteligencia artificial y sus condicionantes éticos es un problema muy debatido y complejo de difícil solución en cuanto al uso de armas letales. Por ende, el empleo junto a sistemas tripulados o en unidades de infantería obliga a replantear la doctrina de empleo y los procedimientos de combate.
Todos los ejércitos se plantean el uso de SNTs en el campo de batalla con tres objetivos fundamentales: incrementar la eficacia en las operaciones, asegurar la superioridad de la información y reducir la exposición del combatiente.
Una de las aplicaciones más demandadas consiste en aligerar la carga del combatiente mediante las llamadas mulas mecánicas. En un nivel logístico superior, el suministro y abastecimiento puede recurrir a vehículos pesados o convoyes autónomos, pues según datos del Departamento de Defensa norteamericano, aproximadamente el 30% de las bajas de su ejército en Irak se produjeron en misiones de protección de convoyes. Así, es posible formar trenes de varios vehículos con presencia humana en uno o ninguno de los vehículos; en el primer caso, el elemento tripulado se sitúa en primera o segunda posición, mientras el resto se limita a seguir al precedente, pudiendo formarse trenes logísticos de muchas unidades.
El esfuerzo innovador actual se centra sobre tres grandes líneas: en primer lugar, plataformas dotadas de armamento; en segundo, el transporte desde la gran unidad hasta la última milla y, por último, los sistemas orientados al reconocimiento, la vigilancia y la seguridad. Dentro de estas áreas de trabajo hay múltiples misiones en que los SNTs pueden aportar sus capacidades diferenciales; entre ellas, el combate directo, la exploración de zonas contaminadas, el reconocimiento de infraestructuras, instalaciones, subsuelo y edificios, la inteligencia, la vigilancia perimetral de bases, la evacuación de bajas, las estaciones de comunicaciones (desde un relé hasta una estación base 5/6 G), la limpieza de zonas minadas, la desactivación de explosivos, la apertura de vías sobre obstáculos enemigos o el uso del robot móvil como combatiente suicida.
En cuanto al empleo de los SNTs hay dos conceptos del combate aéreo que podrían aplicarse al entorno terrestre y naval. En uno de ellos, se despliegan con y sin tripulación que actúan coordinadamente en el combate. Las plataformas no tripuladas podrían trabajar de forma autónoma en una misión de apoyo y protección a su compañero tripulado llevando, por ejemplo, equipos de transmisiones, guerra electrónica o armas contra carro; también podría ir por delante de ellos despejándoles el camino. El otro enfoque se refiere a manadas de máquinas controladas por un vehículo tripulado. Ambos conceptos de empleo requieren diferentes comportamientos, procedimientos y nivel de inteligencia artificial necesario.
En el futuro será posible asistir a batallas entre vehículos no tripulados. El enfrentamiento podrá ser directo o indirecto mediante fuegos de apoyo artillero o aéreo a la primera línea de combate, o bien en el campo de la guerra electrónica y la inteligencia. También asistiremos a la diseminación por el campo de batalla de pequeños vehículos no tripulados que permanecerán hibernados hasta el momento de su activación y empleo. Y por supuesto, el despliegue en masa de pequeños vehículos capaces de saturar con su presencia las defensas enemigas.
Los desarrollos en inteligencia artificial tratarán de obtener la llamada “conciencia artificial” orientada a obviar el problema ético que supone el uso de armas letales por parte de máquinas sin intervención humana. Hasta que esta nueva capacidad se obtenga, la presencia del individuo en la toma de decisiones responsables seguirá siendo imprescindible.
Las lecciones aprendidas de conflictos recientes, como Afganistán o Mali, están sirviendo para desarrollar nuevas aplicaciones para los SNTs, tecnologías que se beneficiarán en los próximos años de la incorporación de sofisticados algoritmos y de la colaboración entre plataformas tripuladas y no tripuladas, el denominado MUM-T (Manned-Unmanned Teaming). En definitiva, el combatiente va a pasar de operar directamente los sistemas a hacerlo de forma asistida o, simplemente, a supervisarlos.
Para la adquisición, gestión y procesamiento eficiente de datos será imprescindible el uso de estándares sobre arquitecturas abiertas y de sistemas de monitorización de uso y condición del vehículo tipo HUMS (Health & Usage Monitoring System) junto con tecnologías de las Web 3.0 y el metaverso, como nos muestra el caso del gemelo digital de las fragatas clase F110.
Los conflictos proporcionan numerosas oportunidades de aprendizaje. Ucrania ha sido un buen campo experimental. Poner todos los huevos en la misma cesta ha demostrado ser un error en cuanto a los sistemas de armas se refiere. La doctrina y los procedimientos de empleo deben estar en continua revisión. La agilidad en las inversiones y la capacidad de anticipación facilitará disponer de unas Fuerzas Armadas eficaces, flexibles y adaptables que obtendrán la victoria. La clave: evolucionar y modernizar sin olvidar el pasado. No repitamos el error de eliminar las unidades colombófilas porque ya tenemos radios o abandonar las unidades de montaña a lomo cuando los alemanes venían a España a comprar mulos para sus operaciones en Afganistán.
Hoy la ballesta sigue en uso. Es letal, no hace ruido y es insustituible en ciertas operaciones.
Imágenes: Google images
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