Manfredo Monforte Moreno
GD (r) Dr. Ingeniero de Armamento. Artillero
De la Academia de las Ciencias y las Artes Militares
Tras una serie de intervenciones en televisión (TRECE y RTVE Canal 24 h), me he decidido a publicar algunas ideas sobre la pasada cumbre de la OTAN en Madrid y la sangrienta invasión rusa de Ucrania. En la redacción he contado con la inestimable colaboración de Tomás Torres Peral, Académico Correspondiente, quien ya ha publicado algunos artículos sobre el tema.
Lo primero es analizar la evolución del Concepto Estratégico de la OTAN, que ha pasado de considerar necesaria la cooperación con la Federación Rusa (2010), a tratarla como una amenaza real y creíble para la Alianza (2022). También ha mostrado su preocupación por la cuestión africana, donde Rusia lleva tiempo tomando posiciones. Y es que desde la ilegal anexión de la península de Crimea en 2014 todo occidente tenía la mosca detrás de la oreja.
Catalina II anexionó Crimea a Rusia en 1783 e inició un proceso de rusificación intensiva que llevó desde el sometimiento inicial de los tártaros, que suponían el 98 % de su población, hasta la completa deportación de los mismos por Stalin en 1944. Crimea fue devuelta, por razones nunca esclarecidas, a la República Socialista Soviética de Ucrania por Nikita Jruschov, ucraniano de nacimiento, en 1954.
Las maniobras rusas durante el verano de 2021 y la concentración anormal de tropas en la frontera rusa y bielorrusa con Ucrania presagiaban lo peor, algo que la inteligencia occidental ya vaticinaba mucho antes de aquel fatídico 24 de febrero del 2022. Para Putin, la democracia ucraniana y su aproximación a la OTAN y a la Unión Europea constituía una amenaza de primer orden ante el temor de que el ansia de libertad se contagiase a Moscú … y a que los misiles occidentales se pudiesen asentar a las puertas de Moscú sin tiempo para interceptarlos y armar una respuesta proporcional y oportuna.
Desde la descomposición de la Unión Soviética, Ucrania ha tratado de desprenderse del legado comunista y progresar hacia una democracia basada en la economía de mercado. Si embargo, en plena transición (2013), el presidente prorruso Yanukóvich se propuso revertir la orientación europeísta y rechazar el largamente negociado Acuerdo de Asociación con la Unión Europea para estrechar relaciones con Rusia (se entiende que de subordinación, como la vecina Bielorrusia); ante el golpe de timón, se sucedieron las protestas populares (el Euromaidán) que llevaron a su derrocamiento por abandono del poder. La consiguiente situación de inestabilidad fue aprovechada por Rusia para ocupar y anexar la península de Crimea en marzo de 2014 y comenzar la guerra del Dombás al mes siguiente, lo que dio paso a un conflicto larvado y continuo hasta culminar con la invasión en febrero de 2022. Como muestra de la situación en la región, debemos recordar el derribo por un misil tierra-aire del vuelo de KLM-Malaysia Airlines el 17 de julio de 2014 al sobrevolar el Dombás, cuya responsabilidad fue atribuida a los rebeldes prorrusos de Donetsk. Pero antes de seguir, veamos los números que demuestran la asimetría de las fuerzas enfrentadas.
El Banco Mundial clasifica a Ucrania como una economía media, con un PIB de 0,3 billones de euros. En 2020, Ucrania ocupaba el 74° puesto de 189 países en el índice de desarrollo humano y, junto con Moldavia, mostraba la menor renta per cápita de Europa (4.500 €). Sufre una tasa de pobreza muy alta, así como una corrupción extendida heredada de su pasado soviético. Debido a sus extensas y fértiles tierras de cultivo, Ucrania es uno de los mayores exportadores de cereales del mundo, especialmente aceite de girasol, trigo y maíz. Tiene 45 millones habitantes en una extensión que es la mayor de Europa. El ejército ucraniano tiene un tamaño cinco veces menor que el ruso, con material heredado de la época soviética. Tras la independencia, el arsenal nuclear pasó a la Federación Rusa en virtud del memorándum de Budapest de 1994, por el que Ucrania cedía su armamento nuclear a cambio de garantías de seguridad e integridad territorial firmado por Ucrania, Rusia, Reino Unido y Estados Unidos.
Al otro lado de la frontera, Rusia tiene un PIB de 1,5 billones de euros, similar al italiano, y una renta per cápita (10.400 €) que es la tercera parte de la española. Tiene unos 144 millones de habitantes. El poder de Putin lo sustenta una camarilla de oligarcas mil millonarios que hicieron fortuna tras la caída del muro de Berlín en 1992 y la consiguiente descomposición de la Unión Soviética. Su fuente de ingresos se basa en la exportación de derivados del petróleo (de ahí su interés por el Ártico) y productos básicos, como trigo, maíz, colza y materias primas de origen mineral. Su balanza de pagos con la Unión Europea es muy favorable a ésta (9 a 1). Desde el inicio de las hostilidades, el PIB ruso se ha contraído casi un 15 % y, por primera vez desde la revolución de 1917, ha desatendido un vencimiento de su deuda pública, aunque sus reservas le permitirán renegociar favorablemente dicho pago, que podría realizarse en especie. Es el Goliat del conflicto.
Oficialmente, Rusia invierte en defensa alrededor de un 4 % de su PIB, aunque tal vez sea bastante más. Tiene poder nuclear, numerosa artillería que incluye cañones, cohetes y misiles, un parque acorazado único en el mundo, una flota suficiente y una gran fuerza aérea, aunque sus últimos desarrollos (Sukhoi Su-57, Felón según nominación OTAN) se dejen ver poco en el escenario del conflicto. Controla los dominios ciber y cognitivo en clave interna. Las pérdidas sufridas desde el inicio de la “Operación Militar Especial” en Ucrania son muy cuantiosas, tanto en material como en vidas humanas. Se estima que ha perdido más carros de combate (unos 800) que los que tienen Francia, Alemania y Reino Unido conjuntamente.
Putin ha demostrado carecer de escrúpulos a la hora de eliminar enemigos, sean internos o externos. De hecho, el historial de envenenamientos a críticos cuenta con casos tan sonados como los de Litvinenko, Skripal, Navalni, Verzilov, Politkóvskaya y Yushchenko. Es obvio que mantiene una actitud paranoica respecto a cuanto le rodea. No se detiene ante nada y no duda en buscar razones poco convincentes para justificar sus decisiones estratégicas, como la lucha contra el nacismo (¿?) en Ucrania o la necesidad de conquistar el sur ucraniano para tener acceso por tierra a la península de Crimea (desde 2018 un puente de 19 km permite superar el estrecho de Kerch desde territorio ruso). A esto hay que añadir que una Ucrania en la OTAN sería considerada una vecina hostil. Con el ingreso de Suecia y Finlandia en la Alianza, Putin ya tiene más enemigos en la puerta, con nada menos que 1.300 km de frontera compartida.
Putin no ha dejado de amenazar en todo momento. Lo ha hecho con la exhibición de sus misiles hipersónicos e intercontinentales, el despliegue de cabezas nucleares o el anuncio del establecimiento de nuevas bases militares frente a la frontera finlandesa. La destitución de altos mandos militares y el maltrato verbal y público al jefe de los servicios secretos llenaron numerosos titulares y abrieron telediarios. De nada le ha servido la exhibición de fuerza en la Plaza Roja en conmemoración de la victoria sobre Alemania en la II Guerra Mundial. El 9 de mayo de 2022 el discurso de Putin defraudó, pues fue corto (once minutos) y ambiguo; se esperaba una declaración formal de guerra que no se produjo. Los rumores sobre la salud del mandatario se dispararon; la fotografía de su doble se hizo pública. El hermetismo alrededor el “líder supremo” es cada vez más patente.
Las sanciones occidentales por la invasión han sido poco eficaces al no ser secundadas por algunos países del este asiático, fundamentalmente China e India, que han incrementado sus importaciones de gas y petróleo a precios de amigo. E incluso España, que ha apoyado al régimen de Zelensky empujada por sus socios (de mala gana y con poco entusiasmo), ha incrementado la compra de gas ruso al reducirse el suministro de gas argelino. La presencia militar rusa en el Sahel, la torpeza de la diplomacia española con sus vecinos del sur y el claro mensaje prorruso de parte del gobierno de coalición, no nos dejan en buen lugar en el tablero internacional. No es extraño que no se cuente con España en las reuniones de primer nivel de los países que apoyan la causa ucraniana. Ya veremos si participamos en algo cuando llegue la hora de reconstruir y reparar los estragos de la guerra, como nos pasó en Irak, donde las empresas españolas fueron excluidas y solo actuaron como subsidiarias de otras empresas de potencias aliadas más fiables.
Soy de la opinión de que la invasión se detendrá al conseguir la anexión del Dombás (regiones fronterizas de Lugansk y Donetsk, a las que Rusia añade como posibles objetivos las de Zaporiyia, Jersón, Mozolaiv y Odesa ) y forzar un tratado de paz al que seguirá un referéndum tan falso e ilegal como el de Crimea de 2016. Putin ya ofrece la nacionalidad rusa a los ucranianos que lo solicitan, y a quien no lo hace, lo traslada a territorio ruso donde el trato no debe ser muy hospitalario. A esto se suman las noticias sobre matanzas de civiles en suelo ucraniano que podrían juzgar al líder ruso como criminal de guerra. Putin habrá conseguido que más de siete millones de refugiados huyan a Europa y otros tantos se desplacen dentro de Ucrania hacia regiones alejadas del frente. También ha conseguido reducir a ruinas las principales ciudades del sureste ucraniano, incluidos sus anticuados centros industriales procedentes de la época soviética; tiene el honor de ser el mandatario mundial más impopular fuera de su país superando al excéntrico Kim Jong-un.
Las tres hermanas de las canciones infantiles de la época soviética: Rusia, Bielorrusia y Ucrania, han acabado por tener un encontronazo familiar. De hecho, la invasión de Ucrania es vista desde el Kremlim como una represalia por su mal comportamiento. La hermana mayor exige que la descarriada Ucrania vuelva al redil. Muchas familias ucranianas tienen hermanos y primos asentados en Rusia y Bielorrusia y viceversa; esta es la razón por la que muchos ucranianos, bastantes de origen ruso, no comprendan el comportamiento de sus antiguos hermanos.
En febrero de 2022, la errática estrategia rusa comenzó por el asedio a Kiev y continuó con el repliegue hacia el este en un frente de casi dos mil kilómetros, la tímida y fugaz aparición en el tablero de Transnistria y Moldavia, las escaramuzas con Lituania y Polonia por el corredor de Kaliningrado, las continuas amenazas y la frustración por los escasos avances conseguidos a pesar de la política de tierra quemada desplegada por el ejército ruso. Bajo ningún concepto un ejército convencional tan poderoso como el ruso (aunque ya no lo sea tras las pérdidas sufridas) podrá mantenerse en la misma situación cuando llegue el general invierno. La cuestión debe resolverse antes si finalmente la ONU se decide a hacer algo más que intentar establecer peligrosos pasillos humanitarios, aunque Rusia mantiene el derecho de veto en el Consejo de Seguridad.
La amenaza de una hambruna global, la desestabilización de la economía mundial, la denegación del gas a la Europa central, la dispar respuesta occidental frente a la connivencia de China e India y la posible extrapolación del conflicto a escenarios locales como Taiwan o Sri Lanka, han logrado destrozar todas las previsiones de progreso mundial anteriores al fatídico 24 de febrero así como desmentir el relato de Putin, que empieza a tener problemas internos que ponen en duda su futuro al timón de una nave que hace agua.
Se esperaba más del Ejército ruso. Ni ha conseguido el dominio aéreo, ni tiene una logística afinada ni sus sistemas son tecnológicamente avanzados; tampoco la moral de su tropa es la deseable para obtener la victoria final y muchos soldados se niegan a ir al frente dado que no se ha declarado formalmente la guerra. Por si esto fuera poco, comienzan a multiplicarse los sabotajes en territorio ruso. El último esperpento de la pugna por el relato ha sido considerar como acto terrorista por parte de las tropas ucranianas la voladura de un depósito de municiones del invasor en territorio ocupado.
El apoyo occidental a Zelensky, especialmente en materia de inteligencia militar, material de guerra y combatientes voluntarios, ha hecho crecer la figura del mandatario ucraniano a partir de un dominio escénico impecable y la proyección de una imagen de compromiso nacional y liderazgo aclamado. Frente a un invasor diezmado y falto de motivación, un pueblo heroico defiende su tierra y hace causa común bajo el mando de su inesperado líder.
Aunque termine por anexionarse territorios en ruinas, Rusia ha perdido una guerra que nunca debió comenzar. El ingreso de Ucrania en la UE es cuestión de tiempo; antes tocará reconstruir y reparar. Este hecho, junto a una Finlandia atlántica, demuestran que a Vladimir le ha salido el tiro por la culata (a menos que lo que persiga sea imponer su mano dura intramuros y perpetuarse en el poder, una táctica que ya hemos visto en nuestro vecino del sur cada vez que tiene problemas internos).
La OTAN debe mantenerse firme en su estrategia. Rusia ha mostrado su peor cara y amenaza a los países de su entorno, en especial a los que formaron parte de la Unión Soviética y del disuelto Pacto de Varsovia. Tal vez Vladimir Putin persiga un sueño preñado de nostalgia por el poder perdido. En este escenario, no olvidemos la singularidad de Transnistria, Kaliningrado, Abjasia y Osetia del Sur.
España continúa de perfil tras donar material obsoleto, como las ametralladoras Ameli, munición para unas horas de combate y los propuestos Leopard 2E4 y M113. Poca cosa y poco útil, tal vez porque no tengamos mucho más de lo que prescindir.
Y Putin cada vez más solo. Ningún dirigente occidental le visita ya (salvo, tal vez, el Papa).
Si el lector quiere profundizar en los orígenes de la reivindicación rusa sobre los territorios de Ucrania, le recomiendo que lea la serie de artículos sobre los antecedentes del conflicto publicado por mis compañeros académicos en www.acami.es. Encontrará a buen seguro opiniones y análisis de gran valor añadido, aunque no hallará datos del día a día de la guerra, ya que las informaciones disponibles actualmente son, o sesgadas o, en muchos casos, falsas. Para estudiar unos hechos como los que vivimos hace falta perspectiva e información contrastada.
Imágenes: Google Images
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